Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Don Manuel aparece en nuestros libros de Historia pero ocupa muy pocas líneas. Acaso su luz se eclipsa a la par de figuras más luminosas que lo opacan, entre ellos sus contemporáneos (y también sus paisanos del Sexto Estado): Justo R. Barrios, Reyna Barrios y Estrada Cabrera. Sin embargo don Manuel estuvo 7 años en el poder, casi el doble de los actuales mandatarios pero no dejó huella visible y poco se le recuerda en la toponimia. Más allá del norteño municipio del también septentrional departamento de Huehuetenango (municipio de Barillas) no hay otra población importante que lleve su nombre, ni calle ni puente ni paso a desnivel, tampoco tiene monumentos ni memoriales. Sin embargo dejó algunas anécdotas.

Cuando arribaron las noticias de la muerte de Barrios en Chalchuapa en 1885 todo el país se agitó. Después de 14 años de rígido gobierno, autoritario, caprichoso y activo, el vacío de poder que se creaba era impensable. Conforme a la Constitución entonces vigente debía haber dos designados a la presidencia; don Justo Rufino, muy receloso, solo quería gente de su confianza y que no le hiciera sombra. Uno fue su compadre Alejandro Sinibaldi, hombre de negocios, tranquilo y de ciudad, y el otro era Manuel Lisandro Barrillas, militar que aparentaba ser de pocas luces y servía en el Occidente. Pero había un tercero en juego: el Ministro de defensa Juan Martín Barrundia Barrundia, oficial mal querido por la tropa por su prepotencia y crueldad. Barrundia rodeó y coaccionó a Sinibaldi al punto que lo hizo renunciar. Barrundia ya se hacía con el poder depués del entierro de Barrios; para después del entierro tenía el protocolo preparado para la transmisión de la presidencia pero sus muchos opositores tenían otros planes; convocaron a Barillas a quien acomodaron un viaje urgente a la capital.

En plenas honras fúnebres de Barrios el general Barillas que venía de Quetzaltenango –donde era Jefe Político– exigió la presidencia que constitucionalmente le correspondía tras lal renuncia de Sinibaldi y exigió avituallamiento para la tropa de 5,000 soldados que lo acompañaban y que estaban acantonados en los Potreros de Bolaños (Guarda Viejo). Ante tan inesperada acción tuvo que ceder Barrundia y Barillas asumió la presidencia temporal. Tarde se enteró Barrundia que los abastecimientos iban a ser para un número menor de efectivos: eran solo 25. ¡Le funcionó la finta a don Lisandro! Al terminar el período constitucional que completaba como designado hubo elecciones que, naturalmente, ganó.

Las circunstancias de la muerte de Barrios estaban envueltas en misteriosa neblina. Era de suponer que el nuevo gobierno iba a comisionar una delegación para averiguar la verdad entre tantas versiones disímiles. La más creíble era que el Batallón de Jalapa se había rebelado y planificaron una emboscada dentro de las líneas guatemaltecas (aunque ya en territorio salvadoreño). Todo apunta una emboscada al punto que con Barrios dispararon a varios de su comitiva, algunos murieron. Pero admitir una disensión tan grande dentro de las filas era impensable e implicaría reconocer algún fallo en la dirección del Caudillo. Por eso no avanzaron las pesquisas. ¿Para qué revolver las aguas si Barrios ya estaba muerto? Mejor que quedara su imagen de héroe de guerra que procuró rehacer la Patria Grande. Y así quedó para la posteridad.

Barillas estableció un gobierno igualmennte autócrata, siguiendo con muchas políticas de Justo R. Barrios como es el fomento del cultivo de café, anticlericalismo, la “reconquista” de territorios ancestrales, la alianza con gobiernos liberales de Centro América. Cuando Ezeta derrocó al liberal Menéndez en El Salvador se provocó la primera Guerra del Totoposte (1890) y por eso mismo Rubén Darío vino huyendo a Guatemala en su primera y más larga estadía. Fue acogido por Barillas quien asimismo dio beca a Enrique Gómez Carrillo. Fundó el Instituto Belén. Remodeló el “Teatro Carrera” que, por supuesto, cambió de nombre por “Teatro Colón”.

En las postrimerías de su gestión Manuel Lisandro hizo apacible entrega del poder (único caso desde Barrios hasta Arévalo). Convocó por separado a cada uno de los 3 candidatos para preguntarles cuál sería la actitud de su gobierno respecto al propio Barillas que en su ímpetu habría cometido “algunos errores”. Francisco Lainfiesta le contestó que su mandato se regiría por el estricto cumplimiento de la Constitución y se aplicaría la ley. El simpático y culto Lorenzo Montúfar expuso una catilinaria en defensa del orden constitucional y del imperio de las leyes. Por último Reyna Barrios le contestó que no se hablara de eso porque ambos estuvieron en el Ejército y admiraban a Justo R. Barrios, que por lo mismo sabría respetarle y protegerle. El favorito era Lainfiesta pero al tercer día de votación, miles de indígenas del altiplano bajaron de las montañas para votar -cosa inusitada- y ¡vaya sorpresa! ganó Reyna Barrios. Cabe indicar que años antes Barillas, que quería perpetuarse, envió al incómodo Reyna a un consulado en Alemania; hizo el viaje y al llegar se llevó la sorpresa que nadie tenía noticia y quedó varado.

Fue después alcalde de Xela y tras el magnicidio de Reyna Barrios -su candidato- en 1898, tuvo que exiliarse en México donde, como enemigo y potencial rival de Estrada Cabrera, fue bien recibido por Porfirio Díaz, pero todo indica que Estrada ordenó asesinarlo, lo que sucedió en 1907 en el Centro Histórico de la ciudad de México, en una calle que, adivinen cómo se llama: “Calle Guatemala”. Era “jodido” Estrada Cabrera.

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