La semana pasada la Fundación María y Antonio Goubaud organizó un merecido homenaje al doctor Juan José Hurtado Vega, fallecido hace poco a sus 96 años, en el cual participaron Marta Elena Casaus como moderadora, Isolda Fortin, Carlos Vassaux y los hijos del doctor Hurtado Laura y Juan José Hurtado Paz y Paz.  Con el título “del maletín al morral” tanto su hijo Juan José como el Dr. Vassaux, su hija Laura e Isolda Fortín  se refirieron a la vida ejemplar de este connotado pediatra guatemalteco quien además de médico fue antropólogo (introdujo la cátedra de Antropología Médica en la Facultad de Medicina de la Universidad Francisco Marroquín) y con quien nos unía una amistad desde que conocí a sus hijas Laura y María Eugenia cuando hacía mis estudios de doctorado en la Universidad de París,  así como con el propio Juan José, quien fue pediatra de mi esposa Lucrecia  así como por la amistad de ambos con Carlos Vassaux.  Dado el valor emotivo y altamente descriptivo de lo que fue la vida de este excepcional guatemalteco, profesional de la medicina pero también de la antropología y gran amigo y conocedor tanto de los pueblos mayas como de sus prácticas de medicina tradicional, voy a transcribir enseguida las palabras acerca de su vida y obra pronunciadas por Carlos Vassaux  en el homenaje de la Fundación MAG:
 “ Del Maletin al Morral. Bella frase elaborada por la familia de Juan José, que con esas palabras, describe de manera exacta, el admirable recorrido durante su fructífera vida, hasta llegar, en los ultimos años, a la maduración y sabiduría necesarias, que le permitieron alcanzar su máxima realización, que es pensar, vivir y actuar en función de la genuina expresion del SER.  Y para explicar esto, haré algunas reflexiones al final de mi presentación. Sin pretender comparación, confieso que yo también utilicé un morral para llevar mi estetoscopio, medidor de presión arterial y recetario,  durante las visitas médicas a domicilio. También lo uso cuando viajo, para llevar mis papeles, algunas semillas para comer y mi libro de lectura que hoy también me acompaña. Conocí a Juan José, en 1954, visitando la casa de mi tío el Dr. Alberto Vassaux, también pediatra, en San Juan Sacatepequez.  Esta familia, en especial su esposa,  Ruth Singer y su hija Lucrecia Vassaux, esposa de Luis Alberto Padilla, se hizo amiga del joven Juan José que apenas tenía 28 años,  era director del Hospital para niños con tuberculósis, y admirado por su dedicación a la población indígena y a los ladinos pobres del área. Menciono esto para que se comprenda la inter- relación de esta época, con el posterior enfoque antropológico, en la vida y en la practica médica de Juan José.
No lo volví a ver, sino hasta mi regreso en 1970, despues de completar mis especializacion en la Universidad de Estrasburgo y  de Paris en Francia y finalmente en Harvard. Dos o tres años después, posiblemente en 1973, escuché a Juan José  en una conferencias médica en el Hospital Herrera Llerandi.  No recuerdo el título de la conferencia,  pero lo que si sé, con certeza, es que esa conferencia cambió la manera de entender mi vida profesional. Cuando uno escucha este tipo de comentarios, duda de si serán o no exageraciones, o si en efecto, es pósible que lo que se escucha en una conferencia pueda tener un efecto,  tan impactante y  transformador en alguno de los oyentes.  No tengo respuestas definitivas. Lo único que puedo decir,  es que esa conferencia me impresionó mucho, y que a ella debo mi interés y amor por la antropología.  Con el resultado que, 20 años después, yo también estudié una Maestría en Antropologia y Etnología con profesores de la Universidad de Paris. Nuestros destinos se pusieron de acuerdo:  primero nos hizo médicos,  y despúes antropólogos. Imagino que Uds. se preguntarán: ¿ que pudo haber dicho Juan José en esa oportunidad para  influenciár a alguién de esa manera ?  Lo contaré tal y como yo lo entendí.
Durante su estadía en San Juan Sacatepequez, Juan José se percató de que las campañas para desparasitación de parte del Ministerio de Salud Pública no habían dado buen resultado y que parásitos de todo tipo abundaban, en los niños. Juan José conocía y visitaba las casas de su pacientes pobres habiendo encontrado los frascos de medicina desparásitante intactos, casi como adornos en exhibición. Como buen médico, se interesó por comprender, porque los pacientes no tomaban la medicina. La respuesta fue de lo más inesperado: ‘doctorcito, le dijeron, las lombrices están por todas partes en la naturaleza, y también en nosotros, son criaturas de Dios, no las debemos matar’. Esto no debe ser motivo de sorna, pues no es más que una concepción diferente del mundo, y de la naturaleza de la enfermedad, estas creencias son comúnes, y no solo en las culturas aborígenes. Recordemos que en el budismo, las lombrices son hijas de la creación y la tierra es su habitat y por ello, cuando los budistas, hacen los cimientos de una construcción, transportan las lombrices a otro lugar, y respetuosos de la vida, no las dañan.
Entonces, Juan José  como antropólogo, se preguntó: ¿por qué si los parásitos son parte de la naturaleza,  también son causa de enfermedad? Y entonces aprendió de los indígenas, que la enfermedad ocurría cuando los parásitos, por  ser muchos, se salían de ‘la bolsa’ que es el lugar en donde deberían estar. De esta concepción de la enfermedad deriva, que el enfoque obvio y además, antropológicamente correcto,  es que Salud Publica debería ofrecer  una medicina que limitara la multiplicación de los parásitos para que estos no se salgan del lugar correcto.   Hasta donde entiendo, la campaña de desparasitación fue así, más exitosa. Reconozco que en ese tiempo, yo recién venía de un grupo médico excepcional en Harvard, que hacía incapié en la absoluta necesidad de un diagnóstico eminentemenete clínico y racional, basado en una relación médico/paciente de excelencia. El argumento es que una relación sólida y de confianza entre el médico y el paciente incluyendo a la familia,  es la única manera y subrayo la única manera  disponible al médico, para entender el sufrimiento causado por la enfermedad,  pero desde el punto de vista de la cultura, la idiosincracia y la particularidad del paciente.
Esto es pura Antropología Médica,  y es fundamental,  porque solo el médico, que conoce al paciente  como una persona única, con la que se entiende y comunica bién, puede a su vez, ofrecerle comprensión en su angusia, consejos para aliviar el dolor, e idealmente, colaborar a su sanación, ayudandole a recuperar la calma y la paz de espiritu necesarios para recobrar la salud, aún cuando –  desafortunadamente –  muchas veces curar definitivamente la enfermedad no sea posible. De allí el viejo adagio de la medicina francesa. ‘Guerir parfois, soulager toujours’ ( ‘Curar a veces, aliviar siempre’).   Como evidencia de la calidad de atención médica que Juan José  ofrecía a sus pacientes, menciono que durante mis años de actividad profesional, escuché comentarios de familias, cuyo pediatra había sido Juan José,   asegurando que sus hijos habían crecido hasta la edad adulta, sin nunca haber tomado un antibiótico.  La razón no es porque los hijos no sufrieran las enfermedades corrientes de la niñez y de la adolecencia,  sino porque Juan José, que para sus pacientes era, un consuelo, un amigo, un consejero, además de un médico eminentemente clínico, utilizaba con infinita paciencia y responsabilidad, el sentido común, la observación cuidadosa y los procedimientos naturales y simples, pero muy efectivos, y con excelentes resultados. La practica médica correcta, requiere dedicación, análisis deductivo, esfuerzo y paciencia … es casi la antítesis del pensamiento actual,  de vana superficialidad, de resultados inmediatos sin reflexionar en las consecuencias, de diagnósticos espectaculares más que que correctos, y sobre todo, de la ausencia de valores y compromiso moral en la busqueda de la verdad.  Tristemente, es la cultura de las falsas noticias.
La Antropología Médica hace justa referencia a la necesidad de regresar el humanismo a la medicina. Este ha desaparecido de la práctica médica actual, comercializada, deshumanizada, tecnificada, en la que las imagenes y los resultados de procedimientos y laboratorio se consideran mas importantes que el mismo paciente, al que no se le ofrece ningun tipo de atención, consideración y menos aún explicación; todo esto es causa de sufrimiento.  El retorno del humanismo a la cultura actual, es imperativo y necesario”. Coninuaremos transcribiendo las palabras de Carlos Vassaux la semana entrante.
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