Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

He escuchado Radio Faro Cultural –del Ministerio de Cultura – desde que era propiedad de Aviateca, la compañía de aviación nacional que en mala hora fue privatizada por Vinicio Cerezo. En el desierto radial y televisivo que padecemos y siendo la única radio que transmite música clásica, Radio Faro se merece ampliamente haber sido declarada “patrimonio nacional” y que se les considera “pioneros del arte y la cultura en Guatemala desde hace 72 años”. Sin embargo, la radio ha venido perdiendo algunas características que la distinguían de la multitud de emisoras que transmiten publicidad y música ligera por el hecho de ser del Estado, no tener publicidad y haberse dedicado, hasta ahora, a la música académica. Hay pocas radios de ese tipo en el mundo, pero la mayoría de países tienen más de alguna emisora radial con ese fin específico: radio UNAM en México o France Musique en Francia son conocidos ejemplos. Algo que también podrían hacer las radios de la Universidad o la antigua TGW, puesto que son sufragadas con fondos públicos, pero cuyas programaciones son lamentables, por decir lo menos.

Pero veamos porqué decimos que Radio Faro está perdiendo las características que la han distinguido desde siempre. Han dejado de presentar obras completas reduciéndose a hacer escuchar fragmentos de las mismas y en ocasiones sin ni siquiera identificarlos como corresponde, es decir mencionando al compositor, orquesta y director o al intérprete solista si lo hay. Si dependieran de patrocinadores privados sería explicable que solo se reprodujeran algunos movimientos de la novena sinfonía de Beethoven o de los grandes conciertos para piano o violín de Mozart, Bach, Vivaldi –o de cualquier otro de los grandes maestros– dada la relativa larga duración de estas composiciones musicales, pero no se justifica que lo hagan si no se trata de emisoras que dependan del patrocinio privado. De modo Radio Faro ha retrocedido en lugar de mejorar en este sentido.

Además, se ha hecho cada vez más frecuente la transmisión de música ligera (“Música del Siglo XX”) que, aunque sea agradable porque permite recordar melodías de juventud y quien se ocupa de presentarlas lo hace apropiadamente, están dedicando demasiado tiempo a este tipo de música, en detrimento de lo que siempre ha caracterizado a Radio Faro. Y algo parecido ocurre con los programas de marimba, ya que dos horas diarias (y más de tres horas el día domingo) nos parece demasiado. En consecuencia, habría que recortar la duración de programas de marimba y, en cuanto a la música ligera, se podría hacer un programa diario a una hora determinada encomendado a quien se encarga de la “Música del Siglo XX”.

Es recomendable también hacer programas específicos para otros géneros musicales como el jazz y que no se limiten a hacernos escuchar “un momento de jazz” ocasionalmente, en el cual no se dice quién es el intérprete: nos ha tocado escuchar el famosísimo “a kind of blue” de Miles Davis sin que el locutor se moleste en decir de quién se trata o cual es la importancia de esa pieza musical en el marco de las improvisaciones de Davis ni tampoco su significado en la historia del jazz. Se podrían hacer programas enteros dedicados a clásicos como Charlie Parker, Dizzie Gillespie, Duke Ellington, Thelonius Monk, Dave Brubeck, Chick Corea o contemporáneos como Keith Jarret o Avishai Cohen para mencionar algunos nombres muy conocidos. Y, por supuesto, algunos de los clásicos contemporáneos, prácticamente desconocidos en Guatemala, como Arvo Pärt, Arnold Schönberg, Philip Glass, Pierre Boulez, Anton Webern, Olivier Messiaen o Ludovico Einaudi, el concertista italiano de moda en las grandes capitales europeas, podrían ser objeto también de este tipo de programación. Una programación especial para la música folklórica o para el rock, tango y otras expresiones musicales sería también bienvenida por el auditorio, seguramente.

Por supuesto, la radio podría también suscribirse a plataformas digitales como la de Spotify para facilitarse el trabajo y entonces ir directamente a grandes directores o intérpretes en la búsqueda de estos tipos de programación especial (como Daniel Baremboin o Anne Sophie Mutter) pero, en síntesis, creemos que para evitar un deterioro de esta radio, que es realmente un digno patrimonio cultural de la nación, las autoridades del Ministerio de Cultura harían bien en darle la dirección de la misma a alguien tan conocedor y experimentado como don Odilio de León Campos. En todo caso, lo que buscamos con este comentario es que la “Cultura” siga teniendo ese “Faro” de iluminación de esta radio septuagenaria consolidando su presencia en todo el territorio nacional.

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