Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

Todos los años se repite el ritual de las declaraciones de jefes de Estado y cancilleres ante la Asamblea General de Naciones Unidas. Este año no fue la excepción y como nos interesa comentar algunas de ellas, vamos a referirnos a dos: la del presidente colombiano Gustavo Petro y la del canciller mexicano Marcelo Ebrard. El mandatario colombiano, como era de esperar, fue muy vehemente y enfático al denunciar que mientras el capitalismo destruye la selva amazónica – la gran esponja de absorción del dióxido de carbono y fuente del oxígeno que mantiene nuestra vida – persiguiendo la hoja de coca (“planta sagrada de los Incas”) resulta paradójico que la selva que se intenta salvar es al mismo tiempo destruida arrojándole “…venenos, glifosato en masa que corre por las aguas, detienen a sus cultivadores y los encarcelan. Por destruir o poseer la hoja de la coca mueren un millón de latinoamericanos asesinados y encarcelan a dos millones de afros en la América del Norte. Destruid la planta que mata gritan desde el norte, pero la planta no es sino una planta más de los millones que perecen cuando desatan el fuego sobre la selva. Destruir la selva, el Amazonas, se convirtió en la consigna que siguen Estados y negociantes. No importa el grito de los científicos bautizando la Selva como uno de los grandes pilares climáticos. Para las relaciones del poder del mundo la selva y sus habitantes son los culpables de la plaga que las azota. A las relaciones de poder las azota la adicción al dinero, a perpetuarse, al petróleo, a la cocaína y a las drogas más duras para poder anestesiarse más”. Por eso Petro dice que no hay nada más hipócrita que el discurso del capitalismo “para salvar la selva” mientras se hace la guerra y se demoniza al espacio de la coca y a los campesinos que la cultivan que sirven para “excusar los vacíos y las soledades de su propia sociedad que la llevan a vivir en medio de las burbujas de las drogas. Les ocultamos sus problemas que se niegan a reformar. Mejor es declararle la guerra a la selva, a sus plantas, a sus gentes”.

Y mientras dejan quemar la selva y envenenan las plantaciones de alimentos (pues el glifosato no distingue maíz, frijol o verduras de la coca, algo que también sucede en Guatemala en las regiones en donde se siembra amapola) “… nos piden más y más carbón, más y más petróleo para calmar la otra adicción: la del consumo, la del poder, la del dinero: ¿Que es más venenoso para la humanidad, la cocaína, el carbón o el petróleo? El dictamen del poder ha ordenado que la cocaína es el veneno y debe ser perseguida, así ella sola cause mínimas muertes por sobredosis, y más por las mezclas que provoca su clandestinidad dictaminada, pero, en cambio, el carbón y el petróleo deben ser protegidos, así su uso pueda extinguir a toda la humanidad. Estas son las cosas del poder mundial, cosas de la injusticia, cosas de la irracionalidad, porque el poder mundial se ha vuelto irracional”.

Y es que, en efecto, en esto Petro está poniendo el dedo sobre la llaga de la crisis climática ya que la adicción a la cocaína (recordemos que Sigmund Freud era gran aficionado a ella – cuando su consumo era legal – ) no es el mayor peligro que enfrenta la humanidad hoy en día sino el calentamiento global – que es resultado del consumo de combustibles fósiles utilizados para el transporte, la calefacción, la generación de energía eléctrica y otros usos industriales – que podría conducir a la extinción de la especie, pero como estos sirven para acumular ganancias y capital deben seguir siendo extraídos de las profundidades de la Tierra. Por tanto, no es la selva la culpable nos dice Petro, sino la sociedad educada en “el consumo sin fin, en la confusión estúpida entre consumo y felicidad que permite, eso sí, que los bolsillos se llenen de dinero”. Por eso el presidente colombiano afirma que tanto la guerra contra las drogas como la lucha contra la crisis climática han fracasado al desatar guerras que sirven de excusa para no actuar contra la crisis climática (como la de Ucrania, que para detenerla requiere negociaciones de paz, no de envío de armamentos) así como los grandes flujos migratorios hacia el norte global, pero entonces “…ustedes los encierran, construyen muros, despliegan ametralladoras, les disparan. Los expulsan como si no fueran seres humanos, quintuplican la mentalidad de quien creó políticamente las cámaras de gas y los campos de concentración, reproducen a escala planetaria 1933. El gran triunfo del asalto a la razón”. Y frente a los desmanes fascistas tanto de Trump como la de extrema derecha europea en estos momentos cruciales, vaya que le asiste razón al presidente colombiano quien sostiene, además, que al desastre climático – que no es producido por el planeta sino por el capital – “…le articularon a la lógica de la acumulación ampliada, los motores energéticos del carbón y del petróleo y desataron el huracán: el cambio químico de la atmósfera cada vez más profundo y mortífero. Ahora en un mundo paralelo, la acumulación ampliada del capital es una acumulación ampliada de la muerte”. Por eso Petro demanda a América Latina unirse en este llamado para acabar con la guerra contra las drogas y salvar la selva amazónica “cambiando deuda por vida, por naturaleza… sin paz con el planeta no habrá paz entre las naciones”.

Finalmente – pero no lo menos importante – hay que destacar en las intervenciones ante la Asamblea General también la posición de México frente a la guerra en Ucrania, que fue expuesta en declaración del canciller mexicano Marcelo Ebrard: “El Consejo de Seguridad, hay que decirlo, no ha podido cumplir con el mandato que le confiere la Carta de las Naciones Unidas, al no haber conseguido prevenir la guerra, ni tampoco tomar las medidas que pongan un alto a la agresión armada y menos aún, ha logrado encaminar proceso diplomático alguno para buscar una solución por la vía del diálogo y la negociación”. Por ese motivo México propone que “una comitiva o caucus de Jefes de Estado y de Gobierno aliente y acompañe los esfuerzos del Secretario General, para promover medidas de fomento de la confianza hoy perdida entre la Federación de Rusia y Ucrania que permitan generar las condiciones tan pronto sea posible para acercar a las partes a los mecanismos de solución pacífica de las controversias que señala la Carta de las Naciones Unidas. Dicho de otro modo, ante la parálisis del Consejo de Seguridad, debemos ofrecer entre todos un canal diplomático complementario a los existentes, para interactuar con las partes en conflicto, con miras a reducir las tensiones y encauzar la mediación indispensable. Esta propuesta ha sido compartida en días pasados con el Secretario General y con las partes involucradas, así como con las delegaciones de la India y de la Santa Sede, toda vez que el presidente López Obrador considera que en dicha Comitiva debieran participar junto con el Secretario General de la ONU, entre otros, Su Excelencia Narendra Modi y Su Santidad el Papa Francisco”. Ciertamente una muy acertada y razonable propuesta que hace honor a la tradicional política exterior mexicana en favor de la paz y de la solución negociada de conflictos utilizando los mecanismos multilaterales que ofrece Naciones Unidas. Esperemos que al llamado de unidad latinoamericana que el presidente Petro ha hecho para terminar con políticas fracasadas en materia de drogas, salvar la selva amazónica y combatir efectivamente la emisión de gases efecto invernadero reduciendo la extracción de combustibles fósiles, se sumen nuestros países para apoyar también al presidente López Obrador en este llamado para construir medidas de confianza que permitan una mediación efectiva llevando a las partes contendientes en el conflicto de Ucrania por lo menos a un alto al fuego mientras se inician negociaciones de paz sobre las causas de este conflicto bélico internacional.

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