Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Luis Alberto Padilla

En anteriores artículos hemos dicho que la única forma de resolver la autorización que de facto se concede a los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad para violar el derecho internacional (Rusia, Estados Unidos, China, Francia y Gran Bretaña) dado que el artículo 27 de la Carta exige la unanimidad de estos – no la mayoría calificada de 9   estados miembros como debería ser – para tomar decisiones, es eliminar el “derecho” al veto. Pero también hicimos ver que es muy difícil que las superpotencias nucleares acepten una reforma si previamente no se lleva a cabo un desarme nuclear completo, pues como ha dicho recientemente el vocero del Kremlin, frente a amenazas que pongan en peligro su existencia – se entiende que por un ataque atómico – Rusia se vería obligada a utilizarlas.

Y es que la diferencia entre anteriores ataques de las superpotencias a ciertos países – Estados Unidos en Vietnam, Afganistán, Vietnam, Panamá o Rusia en Hungría, Checoslovaquia, Georgia – con la guerra actual consiste en que dichos ataques se llevaron a cabo con armas convencionales. Y aunque también la guerra actual hasta ahora ha sido convencional, dado que detrás de Kiev se encuentran Washington y la OTAN, una confrontación nuclear es posible, especialmente si tomamos en cuenta que ya EE. UU., ha desplegado los sistemas de lanzamiento de misiles MK41 tanto en Polonia como en Rumanía, y que dichos proyectiles teledirigidos fácilmente pueden dotarse de cabezas nucleares. Obviamente, la mayor cercanía de Moscú de las fronteras ucranianas ha sido determinante para la exigencia de neutralidad (no adhesión a la OTAN) como condición sine qua non de la retirada de las tropas rusas en las negociaciones bilaterales de los dos países en guerra que se han efectuado en Estambul.

Aunque en Guatemala no suele existir ni conocimiento ni preocupación por estos avatares de la política mundial, una carta de César Leonel Mejía publicada en El Periódico me ha motivado a hacer las siguientes precisiones: aunque un ataque a cualquiera de las 6 centrales nucleares generadoras de energía eléctrica que posee Ucrania sería extremadamente peligroso, hasta ahora Rusia se ha abstenido de hacerlo. Sus tropas ocuparon brevemente la clausurada central de Chernóbil en camino a Kiev, pero ahora que han anunciado su retiro del norte de Kiev para concentrarse en la región del Donbás no se encuentran más allí. De todos modos, el antiguo reactor está sellado y el Director General del Organismo Mundial de la Energía Atómica (IAEA por sus siglas en inglés), Rafael Grossi, dijo el viernes pasado a CNN que la radiación en el área es baja y que tampoco han ocurrido ataques a otras instalaciones nucleares, exceptuando los daños sufridos en un edificio administrativo dañado como consecuencia de fuego cruzado.

Además conviene hacer otras precisiones: las negociaciones tanto de limitación de armamentos emprendidas desde la época de la Guerra Fría y que permitieron la firma de los tratados SALT I y II  así como la llamada opción cero de desmantelamiento de la totalidad de misiles de corto y mediano alcance de territorio europeo (los pershing, cruise y SS20)  en los años 80, que dieron lugar a la firma del tratado INF era fundamental para evitar que Europa se convirtiera en rehén de una guerra nuclear entre ambas superpotencias. En gran medida fue gracias al movimiento pacifista, así como a la presión del eje franco-alemán que se logró que dicho tratado lo suscribieran los presidentes Reagan y Gorbachov abriendo las puertas a la distensión que facilitó el derrumbe del muro de Berlín en 1989, la reunificación de Alemania y la absorción de los países comunistas satélites de la URSS (Polonia, Hungría, Checoslovaquia y Rumania) por la Unión Europea y por la OTAN. Desafortunadamente la ignorancia y carencia de visión estratégica de Donald Trump lo llevó a abandonar tratados fundamentales como el ya mencionado INF (y el ABM) dando lugar a la extremadamente peligrosa situación actual, ya que no existe restricción jurídica alguna para que, si así lo decidieran Washington y la OTAN, carguen con ojivas nucleares los misiles ya instalados en Polonia y Rumania. Visto desde esa óptica, es evidente que la guerra “preventiva” de Putin tiene un claro objetivo estratégico, el cual no parece ser – como afirman los occidentales –  la reconstrucción del antiguo imperio soviético.

Por otra parte, la carta de don César Leonel Mejía alude también a las negociaciones START que conciernen a la reducción del armamento nuclear estratégico, es decir, se trata exclusivamente de misiles intercontinentales de largo alcance o ICBMs. Estos últimos son muy distintos del armamento táctico, el cual se compone exclusivamente por los ya mencionados misiles de corto y mediano alcance. Por tal razón nunca hubo – ni habrá – armamento estratégico instalado en Europa.  Y en cuanto a las negociaciones del START II, están detenidas desde que las relaciones entre Rusia y Estados Unidos se deterioraron por el conflicto en Ucrania.

Sin embargo, la referencia a todos estos instrumentos de derecho internacional es útil para justificar nuestra tesis en el sentido que el camino del desarme nuclear, fundamental para la reforma de la Carta y la supresión del veto de los cinco grandes, no es ninguna utopía. Además, los países que forman parte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) así como todos los países latinoamericanos, que formamos parte del Tratado de Desnuclearización de América Latina (Tratado de Tlatelolco) y de la organización que lo monitorea (OPANAL, con sede en México) seguramente estarán más que dispuestos a empujar las cosas en esa dirección. Por otro lado, la coyuntura favorable que representa la entrada en vigor el pasado 22 de enero del 2021 del Tratado de Prohibición del Armamento Nuclear (TPAN) que promovieron países como los escandinavos, Austria, México, Costa Rica o Nueva Zelanda (entre otros) en la campaña ICAN debería igualmente saberse aprovechar con tales propósitos.

También hemos señalado que el foro más apropiado para impulsar dichas negociaciones es el de la Conferencia de Desarme de Ginebra, no sólo por ser parte de Naciones Unidas sino por los logros ya obtenidos en materia de prohibición de las armas químicas, las bacteriológicas y sobre todo por el tratado que prohíbe la realización de pruebas o ensayos nucleares (TPCEN o CTBT por sus siglas en inglés). Es cierto que las grandes potencias nucleares no forman parte de él, pero también lo es que – con la excepción del estado díscolo de Corea del Norte – ninguna superpotencia ha efectuado pruebas nucleares desde que la Organización correspondiente comenzó a funcionar en el Centro Internacional de Viena (la CTBTO).  Finalmente, Alemania y Japón, los estados derrotados en la segunda guerra mundial que, víctimas de un anacronismo, no son miembros permanentes del Consejo de Seguridad –  pero buscan llegar a serlo dentro del G4 –  bien podrían involucrarse también en lo que podría ser un formidable esfuerzo multilateral.

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