Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

En un artículo de Sergio Ramírez, el gran escritor nicaragüense que fue vicepresidente de su país en los años 80 del siglo pasado –durante los tiempos de la Revolución Sandinista– ahora exiliado víctima de la persecución de Ortega se  afirma que existe una división entre la izquierda autoritaria y la izquierda democrática en todo el mundo y que, en el caso latinoamericano las diferentes posiciones respecto a la invasión rusa en Ucrania, asumidas por dirigentes como el presidente Gabriel Boric de Chile o por Nicolás Maduro y Evo Morales, harían evidente dicha división llamando a estos últimos una expresión de la “izquierda jurásica”.

Aunque es obvio que en al interior de los grupos y organizaciones de izquierda ha existido siempre una tendencia autoritaria, y que tanto Stalin como Mao o Fidel Castro no fueron nunca demócratas sino autócratas (partidarios de la “dictadura del proletariado” que en la práctica fue la dictadura de los partidos comunistas) también es cierto que si nos remontamos al origen de tal terminología para referirnos a grupos antagónicos dentro del espectro política tendríamos que recordar a los girondinos, conservadores opuestos al cambio que se ubicaban en las curules del lado derecho en la asamblea de la primera república francesa, inmediatamente después de la revolución, mientras que los jacobinos  promovían el cambio revolucionario y la transformación del sistema político ocupando las curules del lado izquierdo. Los primeros a lo más que aspiraban era al establecimiento de  monarquías constitucionales –algo que ocurrió en casi toda Europa después de la derrota de Napoleón en 1815–  mientras los segundos eran republicanos y partidarios de reformas substanciales en el sistema económico para beneficio de las clases trabajadoras, algo a lo cual contribuyeron, posteriormente, tanto el comunismo como el socialismo democrático especialmente durante el siglo pasado, pero en lo cual el comunismo fracasó porque tanto en Rusia como en China se instalaron regímenes de capitalismo de Estado, que, en la práctica, abandonaron las posiciones de izquierda, mientras que en Europa, Estados Unidos y en buena parte del resto del mundo los partidos socialdemócratas terminaron “convirtiéndose” al neoliberalismo, algo que también explica sus retrocesos electorales y el surgimiento, tanto de una extrema derecha que cosecha votos de una clase trabajadora abandonada por sus supuestos “representantes” como de nuevos partidos que tratan de captar el desencanto de grandes sectores de la ciudadanía con la política tradicional.

Así las cosas, convendría entonces preguntarse si –frente a cuestiones coyunturales de gran importancia como el ataque del Kremlin a sus vecinos del sur, que fueron parte del imperio zarista y de la URSS y que,  para algunos,  responde al intento de reconstruir dicho imperio mientras que para otros es la respuesta de Moscú al expansionismo de la OTAN–  la izquierda que se abstiene de criticar a Putin  (o de votar en la Asamblea General de Naciones Unidas) forma parte de ese pensamiento “jurásico” antidemocrático que todavía caracterizaría a ciertos sectores dentro de ella.

Partiendo de la base que, como hemos señalado en artículos anteriores, a pesar de que hay que reconocer que a Putin le asiste razón en cuanto a que era indispensable trazar una línea roja al expansionismo geopolítico de la alianza atlántica hacia el “corazón de Eurasia” (como le llamaba Mackinder) también es evidente que la forma de hacerlo no era mediante una invasión militar y menos aun haciendo a la población civil víctima de ataques indiscriminados que ya han provocado la fuga de cientos de miles  de personas para refugiarse en países vecinos, cuestión que puede ser calificada como crímenes de guerra.  Si Putin no negocia rápidamente un alto al fuego y retira sus tropas a cambio de la neutralización de Ucrania y de las otras condiciones que ya se han planteado en las conversaciones bilaterales de alto nivel celebradas en Turquía, entonces, en dicho supuesto (que no lo haga) quedaría claro que sus intenciones reales fueron desde un principio el restablecimiento del imperio ruso. Esto último sería lamentable y   podría dar lugar al escenario planteado por el excomandante guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos en artículo reciente, abriendo las puertas a una insurgencia de mediano o largo plazo apoyada por Occidente en la cual muy probablemente Rusia sería derrotada. Hasta ahora Putin ha dado muestras de ser un geo-estratega de gran inteligencia pero también es cierto que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” –como decía Lord Acton–  algo que esperemos que no le ocurra, tanto  por el bien de Rusia y Ucrania  como de la humanidad entera, expuesta adicionalmente al riesgo de una confrontación de Moscú contra la OTAN y por tanto al peligro de una guerra nuclear que acabaría con la vida de nuestra especie sobre el planeta, pues, mucho peor que el calentamiento global al que asistimos actualmente,  el invierno nuclear, más grave que la radiación producida por las explosiones atómicas,  nos aniquilaría a todos.

Pero volviendo a la pregunta inicial: ¿existe una izquierda jurásica? Si recordamos el origen de los conceptos derecha-izquierda en la esfera política todo parece indicar que a los autoritarismos, sean de donde sean, les interesa conservar sus respectivos regímenes políticos, no cambiarlos. En ese sentido, la “dictadura corporativa” –como la llama Edgar Gutiérrez–  que gobierna Guatemala es claramente conservadora y de derecha. Pero quienes nos  oponemos a la corrupción y demandamos el cumplimiento del artículo 141 constitucional que prohíbe la subordinación de poderes no estamos pidiendo cambios, sino el cumplimiento de lo que ordena la Constitución y aplicar sanciones a quienes la violan. Coincidimos pues con la derecha liberal ilustrada que no es corrupta. Pero si además reflexionamos sobre que nuestro país necesita una nueva Constitución y coincidimos en esto con la demanda de amplios sectores de la población, incluyendo a los pueblos originarios, nos ubicamos en la izquierda democrática. Por eso pensamos que un frente amplio que busque la profundización de la democracia es necesario. Y en él podrían participar ciudadanos de todo el espectro político, menos los corruptos y los extremistas de uno u otro color político, sean negros o rojos. Aun así, y con miras a un debate que tendría más de académico que importancia política práctica, sería interesante reflexionar acerca de si los regímenes autoritarios (Hungría, Rusia, China, Irán, Afganistán, Turquía, Siria, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Filipinas, Irak o lo que fue la administración Trump en Estados Unidos,  entre otros) son siempre de derecha (puesto que su objetivo principal es conservar el poder, no cambiarlo) o algunos de ellos podrían ser calificados con el término de “izquierda jurásica” que sugiere Sergio Ramírez.

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