Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

Según el Ministerio de Salud la variante ómicron ya se encuentra en Guatemala y afecta a familias enteras. Además, la nota de prensa de las agencias AFP/EFE/Univisión de fecha 5 de enero los contagios por COVID-19 se volvieron a disparar en el mundo con un millón de casos en 24 horas sólo en Estados Unidos; más de 270,000 en Francia, 200,000 en el Reino Unido; 81,000 en Argentina etc. Calificando el fenómeno de “maremoto” las agencias noticiosas mencionan que se han visto afectados los servicios de salud debido a la escasez de personal para atender a la nueva ola de pacientes, las escuelas y centros de enseñanza obligados a cerrar clases presenciales, las agencias de transporte que reducen o suspenden servicios incluyendo los aeropuertos con numerosas cancelaciones de vuelo y múltiples sectores que apenas comenzaban a recuperarse, como restaurants, museos y la industria del entretenimiento en general.

Aunque aparentemente la nueva cepa no es particularmente perniciosa, lo cierto es que las mutaciones del virus continúan transitando el alfabeto griego y en definitiva, todo parece indicar que la humanidad deberá acostumbrarse a convivir con semejante calamidad por el resto de sus días, como sucede con la gripe y los “resfriados” comunes, aunque la diferencia consiste en que el COVID puede ser mortal en ciertos casos o requerir hospitalización. Como afirman los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela todo sistema vivo es a la vez un sistema cognitivo de modo que esto podría explicar la flexibilidad y adaptabilidad del virus. De modo que, a pesar de las vacunas hay que rendirse a la evidencia que la tecnología médica no podrá erradicarlo. A esto habría que agregar lo que dice el New York Times (6 de enero 2022) pues al haber superado los 300 millones de contagios habría que aceptar la coexistencia con el microbio como le han aconsejado al presidente Biden prominentes médicos que le asesoran en este campo.

Entonces conviene preguntarse: ¿cual es la causa primordial de semejante crisis sanitaria mundial? ¿ que estamos haciendo de mal para merecer semejante castigo? Una primera cuestión que habría que decir es que no se trata de la humanidad en su conjunto sino de aquellos que son responsables de conducir el sistema económico prevaleciente, en primer término, y en segundo, los gobiernos que obedecen las directrices del mismo y no responden a la voluntad soberana de los pueblos como deberían hacerlo. La economía debería servir al bien común – como dicen las normas constitucionales – y a la satisfacción de las necesidades humanas, no al crecimiento y a la acumulación de capital. Pero lo peor es que tanto el crecimiento como la acumulación de capital están dañando en forma irreversible al medio ambiente y al planeta entero: esa es la causa primordial de la crisis de salud que padece la humanidad así como de la crisis ecológica que padece el planeta.

Aquí cabría otra interrogante: ¿ cual es la relación entre una y otra? Y la respuesta es que el cambio climático incide no solo en la salud del planeta sino también en la de los seres vivos que lo habitan. Estudios científicos llevados a cabo en los glaciares tibetanos, por ejemplo, han demostrado que el calentamiento global y el derretimiento de los glaciares están descongelando virus que tenían millones de años de permanecer en tales condiciones. La expansión de la frontera agrícola y la urbanización han acercado a especies animales – como los murciélagos y otros – a los humanos facilitando la infección con virus como el COVID cuyo origen zoonotico es incuestionable. De modo que también es cierto que en cierta medida los nuevos virus son una respuesta de la madre tierra (la Pachamama como la llaman los pueblos andinos) al daño que le infligimos con la voracidad extractivista de minerales, petróleo, gas y carbón al igual que la depredación de los bosques y de la biodiversidad, todo en beneficio de las pequeñas elites capitalistas globales y nacionales que controlan la economía mundial.

Y las creencias de los pueblos indígenas se ven confirmadas por la ciencia cuando recordamos que James Lovelock, el reputado científico inglés, postuló desde hace décadas su bien conocida teoría de Gaia según la cual el planeta mismo es un organismo viviente que se autorregula en temperaturas, cantidad de oxígeno en la atmósfera, de salinidad en los océanos etc. lo cual ha permitido no solo el surgimiento de seres vivientes sino que también explica porqué el planeta es capaz de defenderse de especies, como la nuestra, que le está causando daño como expone Lovelock en su libro La venganza de Gaia.

La naturaleza nos está diciendo entonces que o cambiamos un sistema económico que la destruye y se aprovecha de ella, como si los recursos de este planeta fuesen infinitos (es evidente que en un planeta finito no puede haber un crecimiento infinito como sostienen quienes creen que el buen desempeño de una economía se mide por medio de este) o será la propia Gaia (la Tierra, la Pachamama) quien se ocupe de ponernos en el lugar que nos corresponde o extinguirnos de su faz si continuamos haciendo caso omiso a sus advertencias. Ese es el significado profundo tanto de la pandemia que estamos sufriendo, con su variantes del tipo ómicron, como de la amenaza de largo plazo que representa el cambio climático.

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