Ayer cientos de miles de automovilistas vivieron un calvario por embotellamientos que se extienden por las áreas urbanas y que cada día se vuelven más comunes como consecuencia de la absoluta ausencia de previsión y planificación pero, sobre todo, por el exceso de obra chapucera que se hace solo para cobrar y repartir mordidas. Por ello es que cae perfectamente el dicho de que mientras unos están en la pena hay otros en plena pepena, porque para ellos el negocio, el trinquete burdo y descarado, es la esencia misma de su función pública.
La ausencia de planificación se entiende cuando se hacen obras que supuestamente deben desahogar el tráfico y no llegan a hacerlo porque lo que importó es la negociación del contrato y por ello no se hacen estudios serios. El Libramiento de Chimaltenango es un ejemplo, pero como ese hay por todo el país, tanto en obra del Ministerio de Comunicaciones como de las municipalidades que realizan viaductos y pasos a desnivel inútiles pero generadores de coima.
Los ciudadanos pensamos que la corrupción no nos afecta, que mientras no nos roben la billetera a nosotros debemos seguir nuestra vida, concentrados en la búsqueda de bienestar propio y familiar. La cultura de “no hay que meterse en babosadas” fue inculcada por casi todos los padres de familia durante los años de guerra y la enseñanza caló profundo porque preferimos voltear la vista a otro lado que entender, señalar y denunciar el daño que al país y sus habitantes le hace la corrupción.
No puede ser que un país esté condenado a atorarse por cualquier aguacero, sobre todo cuando los técnicos saben que estamos situados en un área de confluencia de fenómenos tropicales. Abundan los derrumbes e interrupciones viales y las policías municipales no están preparadas para destrabar los atascos porque están capacitadas para cumplir con una cuota de multas y es a lo que realmente se dedican, desapareciendo del escenario cada vez que hay serias complicaciones de tránsito.
El descalabro del país se ve por todos lados y se magnifica cuando alguien tiene que pasar tres horas en el auto para un recorrido que normalmente se puede hacer en cuestión de minutos. Se percibe cuando vemos la cantidad de personas que no tienen otro remedio que emigrar para mantener a sus familias por la carencia de oportunidades en un país cuyo Estado se convirtió en caja registradora para procesar los negocios que hacen los grupos de poder. Y aquí lo único cierto es que cada día la cosa empeora y que deberemos estirar nuestro cuero de danta.