La presentación de la Marca País estuvo a cargo del presidente, Alejandro Giammattei. Foto La Hora/Presidencia

Si usted piensa en un lema que aplique exactamente a la corrupción que sufrimos en Guatemala no se le puede ocurrir nada distinto a “asombrosa e imparable” porque ha llegado a niveles jamás imaginados y todos sabemos que gracias a la plena cooptación del sistema de justicia, la misma es imparable pues goza de la más descarada impunidad y del respaldo que significa el acoso y persecución de quienes la señalan.

Es, efectivamente, la marca del país por muy dolorosa que nos resulte y, sobre todo, por costoso que haya sido el diseño de la nueva campaña dada a conocer por el mismo Giammattei con bombos y platillos. Hay que agradecer el ingenioso doble sentido de los publicistas que tuvieron la ocurrencia de dejar en claro que, por increíble que pueda ser hasta dónde hemos llegado, el asunto es imparable y estamos muy lejos de tocar fondo.

Seis millones ochocientos mil quetzales cobró la ocurrente firma que, para dejar en claro cómo se opera, cobró más del doble de lo que propusieron sus competidoras. Ello no obstante que para encontrar el calificativo que mejor describe la realidad de Guatemala en materia de corrupción no hacía falta ni mucho ingenio ni gran capacidad de diseño para colocar el lema alrededor de una G que ha dado mucho que hablar en las redes sociales.

La marca país se supone que tiene el propósito de situar a Guatemala a ojos de la comunidad internacional como algo atractivo, algo que llame no solo a conocerla y visitarla, sino también a invertir en ella. Pero para que vengan turistas tenemos que mejorar carreteras y revertir esa percepción de inseguridad que nos coloca por debajo de todos los países de la región, según encuestas publicadas recientemente, y para atraer inversionistas hace falta un Estado de Derecho que no existe.

Nadie honesto puede pensar en invertir en un país donde la Justicia está en venta al mejor postor y manoseada por el poder para aplicarla selectivamente. Por supuesto que por ello no es casualidad que los mayores inversionistas que han puesto los ojos en Guatemala en los últimos tiempos sean precisamente los cárteles del crimen organizado que saben que la ausencia de un régimen de legalidad opera en su favor.

Asombrosa e imparable es, en realidad, la mejor descripción que se puede hacer de lo que se ha afincado como la dictadura de la corrupción. Asombrosa porque aunque llevamos tiempo nadando en la porquería no se supuso llegar tan lejos e imparable porque la indiferencia ciudadana es el mejor aliciente para garantizar continuidad.

Redacción La Hora

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