En la fotografía parte de los Q122 millones incautados por FECI en 2020 en un inmueble en Antigua Guatemala vinculados al exministro de Comunicaciones, José Luis Benito. La corrupción es uno de los factores centrales que impiden a las instituciones atender las emergencias provocadas por las lluvias. Foto La Hora/MP

Como un mecanismo para hacer chinche el dinero y que se aprovechen todos los largos, ayer el Congreso aprobó el Estado de Calamidad para todo el territorio nacional, ampliando así la facultad para gastar sin controles y beneficiando a todos los paniaguados del régimen, los que consolidan esa alianza perversa y tenebrosa que es nuestra verdadera calamidad.

No es cierto, como dijo ayer Giammattei, que las obras se hacen bien y que el problema es que está pasando más agua bajo los puentes. Que Guatemala está situada geográficamente en un punto donde coinciden tormentas del Pacífico y del Atlántico no es cosa nueva y cualquiera que tenga elemental información y sentido común lo sabe. De hecho nuestros inviernos siempre son así, variables y copiosos, con prolongadas sequías o canículas y se puede entender que una tormenta dañe un puente, pero que un disturbio tropical derrumbe seis puentes en un fin de semana sólo se explica por la corrupción que caracteriza la obra pública, con ese reparto brutal que se hace de los recursos para rellenar maletas de dinero, mismas que antes se descubrían por trabajos del Ministerio Púbico pero que ahora se pueden almacenar impunemente con la mayor tranquilidad porque el MP está muy ocupado viendo cómo persigue a los que han luchado contra la corrupción.

Por eso decimos que el Estado de Calamidad es real y patético, pero no es por las lluvias sino por tanto ladrón que aprovecha la función pública para hacer negocios con también inescrupulosos contratistas en esa aventura conjunta en la que sólo piensan cómo amasar más fortuna. El mismo Colegio de Ingenieros y varios ingenieros veteranos han señalado que el problema es de diseño y ejecución de los proyectos, tesis que Giammattei contradice con ese su tono de dueño de la verdad absoluta que usa para encubrir la dramática realidad de un país en estado calamitoso por esa corrupción que, ciertamente, él no inventó pero sí que la ha llevado a niveles nunca vistos.

Pero finalmente la calamidad no es culpa del agua y ni siquiera de los mismos corruptos. Es culpa de nosotros, los ciudadanos, que vemos cómo el país se derrumba y no tenemos la menor intención de hacer algo para ponerle remedio a una situación que va mucho más allá de hundirlo económicamente.

Nos estamos hundiendo como sociedad, contaminados por esa corrupción que se origina en los negocios públicos pero que todo se propaga rápidamente y todo lo hace más grave, al punto de costar vidas y generar migración, todo ello gracias a nuestra indiferencia.

Redacción La Hora

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