El expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández. Foto La Hora

Algunos creen que el proceso de extradición de Juan Orlando Hernández a Estados Unidos es un ejemplo de lo que puede pasar en Guatemala, pero el asunto debe verse desde la otra perspectiva, es decir de lo que aquí tratarán de hacer para impedir que algo similar pueda ocurrir en el futuro con quienes hoy gobiernan. En ese contexto, el ejemplo hondureño no servirá para que se moderen porque ya rebasaron cualquier línea de retorno y por ello es que desde cuestiones como el nombramiento de Fiscal General hasta la elección de las Cortes, todo queda supeditado no a la ley ni a los intereses nacionales sino simplemente a la salvaguarda de la impunidad para que no se vaya a dar eso de que se pide la extradición de un exgobernante o de sus aliados y que los tribunales accedan a que se lo lleven para ser juzgado por delitos de corrupción que puedan haber involucrado lavado de dinero usando otros países o apoyos del poderoso narcotráfico.

Y son tantos los que se han comprometido con esa ruta que les protege de cualquier sindicación por delitos o errores cometidos en el pasado que en los círculos de poder no se escuchará ninguna voz sensata que diga que esta ruta que estamos tomando no tiene futuro y que, tarde o temprano, pasará factura no sólo a los políticos que dan la cara sino también a aquellos personajes que tras bambalinas son cómplices y promotores de la cooptación del Estado para ponerlo no sólo a su servicio, sino para impedir que se pueda aplicar la justicia en la dimensión correcta.

Pensando en lo que ahora debe estar pasando Juan Orlando Hernández, quien se sintió intocable y quien supuso que tenía el poder absoluto, sobre todo luego de su constitucionalmente cuestionada reelección, no se recapacita en que así como lo mal habido se esfuma, el poder mal usado termina por desaparecer y es entonces cuando, como dicen las sagradas palabras, viene el llanto y el crujir de dientes.

El problema es lo que puede pasar en ese lapso entre el ejercicio abusivo y corrupto del poder hasta que el mismo se escapa de las manos y cada día que pasamos ocurren cosas que harán más complejo el cambio y nos expone a radicalismos que pueden resultar peligrosos. Por supuesto que estamos en tal condición que no se puede hablar de remedio peor que la enfermedad, pero de todos modos la descomposición profunda que estamos sufriendo puede generar explosiones que todos tengamos que lamentar.

Redacción La Hora

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