El Ferrocarril del Bicentenario, la construcción del aeropuerto en Escuintla y el Libramiento de Chimaltengo, podrían significar desarrollo para Guatemala, pero se han visto opacadas por las negociaciones que los rodean. Foto La Hora.

Es indudable que Guatemala requiere una gran inversión en infraestructura debido al atraso que nos ha impuesto la construcción de auténticos mamarrachos producto de los arreglos entre autoridades que se interesan únicamente en la mordida y constructores que se prestan a realizar obras patéticas que les dejan jugosas ganancias. Lamentablemente mientras se mantenga ese pernicioso sistema es difícil que logremos superar la deficiencia que nos golpea y, peor aún, no podemos tampoco aspirar a que se ejecuten proyectos que sean de beneficio para el país.

Vemos el proyecto del ferrocarril y el del aeropuerto de carga en Escuintla y, tristemente, la sombra del negocio opaca lo que debiera ser algo que recibiéramos con beneplácito porque pueden ser aportes positivos para impulsar mayor actividad económica que beneficie a más gente. Pero si vemos casos paradigmáticos como el Libramiento de Chimaltenango, diseñado por el Ministerio de Comunicaciones con un pobrísimo criterio porque lo que buscaban no era facilitar el tráfico en un punto conflictivo sino hacer negocio, tenemos razones suficientes para dudar de qué es lo que realmente persiguen con proyectos como el ferrocarril y el aeropuerto de carga.

Ambos son, indudablemente, necesarios para el país y nos debieran alegrar como ciudadanos que aspiramos a mayor desarrollo, pero la sombra del negocio hace que seamos en extremo suspicaces y hay abundantes razones para justificar la duda ciudadana. Es más, ni siquiera hay la menor esperanza de que cualquier mal manejo sea detectado por la inútil y cooptada Contraloría de Cuentas, no digamos por el Ministerio Público donde cualquier fiscal que se meta a hacer investigaciones que tengan que ver con los trinquetes oficiales es inmediatamente relevado del cargo.

Y no es sólo que no avancemos sino que también tenemos retrocesos marcados como el del Insivumeh, que llegó a ser una entidad confiable para la ciudadanía y que en los últimos años sufrió menoscabo irreparable porque cayó en las garras de la corrupción y ahora no se puede esperar de ellos ningún aporte significativo en un país con alto riesgo telúrico, con constantes erupciones volcánicas y expuesto por el cambio climático a la sucesión de tormentas que sufrimos prácticamente todos los años.

Si se duda sobre lo que la corrupción significa y el daño que nos hace, elementos sencillos de la vida cotidiana nos deben servir como parámetro para determinar en que se traduce tanto robo. Nos afecta en el día a día pero, sobre todo, afecta nuestro futuro como país porque nos condena a sufrir retrasos que tendrán serias consecuencias para generaciones futuras.

Redacción La Hora

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