Históricamente para los cristianos es ésta la noche más especial del año por conmemorar el nacimiento del Niño Jesús en aquel portal de Belén, acompañado únicamente por sus padres, María y José, en un humilde pesebre que no parecía lo adecuado para recibir al Mesías quien, con ese simple detalle, arranca su transitar por este mundo. Se le llama la noche de Amor y Paz porque todos los seres humanos mostramos nuestra mejor cara, o al menos tratamos de hacerlo, celebrando ese acontecimiento histórico cuya dimensión no siempre llegamos a asimilar.

En el caso de nosotros, los guatemaltecos, esta Navidad tiene dos características especiales. Por un lado la pandemia que nos obliga a ser precavidos para preservar la salud y que justo ahora nos trae nuevas variantes que podrán hacer mayor el índice de los contagios. Pero por el otro nos llega la fiesta cuando el país vive posiblemente uno de los momentos más exaltados de polarización de nuestra historia, lo cual ya es mucho decir, puesto que mentes enfermas se han dado a la tarea de sembrar la cizaña inventando rasgos ideológicos que se sacan de la manga simplemente para profundizar divisiones e impedir acuerdos en los temas cruciales del esfuerzo por rescatar la institucionalidad que ha sido secuestrada por esas gentes pervertidas por el virus de la corrupción.

La Navidad se asocia, por fuerza, con los niños no sólo porque su eje central es el Niño Jesús, sino porque son los niños quienes con más ilusión esperan estas fechas. Justo es entonces hacer un alto en el camino y pensar qué hacemos, seriamente, por el futuro de nuestros niños, entregados para su formación a un sistema que va como el cangrejo y que no atina a proporcionarle a las nuevas generaciones las herramientas esenciales para un aprendizaje que les ofrezca oportunidades en un mundo cada vez más competitivo. No podemos dejar de pensar en esos a los que encargamos la educación de los niños y los hunden en el abandono porque sólo viven para pensar en el derecho de su nariz.

Navidad es sinónimo de agradecimiento, pero también es sinónimo de las enseñanzas de una fe que es desafiante, que nos obliga a ser mejores cada día, que demanda de cada quien no sólo lo mejor de sí para su propio beneficio, sino darlo todo por sus semejantes. Y con ese espíritu lleno de esperanza, recordando todo lo que vino después de aquel humilde pesebre, deseamos a nuestros lectores muy Feliz Navidad con la fuerza y el compromiso de que hermanados por la fe y evitando divisiones y polarización, sabremos encontrar la ruta para dar consistencia y coherencia a nuestra vida.

Redacción La Hora

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