La Azul y Blanco demostró en la Copa de Oro una realidad del deporte guatemalteco y la coyuntura nacional. Foto La HoraAP

Cuando se supo que la selección de Guatemala terminaría participando en la Copa Oro para llenar el vació que dejó Curazao al declinar, alguna gente se alegró y llenó de esperanza pensando que se pudiera lograr algo, aunque fuera de chiripa que se terminó en ese evento. Los hechos demuestran rápidamente que no tenemos un fútbol competitivo, capaz siquiera de merodear el área contraria y El Salvador desnudó nuestras carencias en el mismo debut de la Azul y Blanco en ese torneo.

Hay gente que culpa a los jugadores del estruendoso y patético fracaso, pero la verdad es que desde hace mucho tiempo nuestro fútbol cayó en manos de distintos tipos de mafias que nunca se preocuparon por trabajar con ligas inferiores y convertirlas en semillero de buenos deportistas, sino que se centró en una Liga Nacional controlada por clubes, en donde prevalecen intereses económicos y no deportivos. La época de oro de nuestro fútbol, cuando todavía podíamos lucirnos a nivel de Concacaf, terminó hace muchas décadas y lo ocurrido anoche con nuestro seleccionado nacional no debe ser sorpresa porque es efecto del deterioro institucional que, por supuesto, también alcanzó a las instituciones deportivas.

Cada día se nota más aquello que Jimmy Morales dijo a Fernando del Rincón cuando trató de exculpar a su hijo y su hermano de haber proporcionado facturas falsas para estafar al Registro de la Propiedad. Efectivamente, la corrupción es algo cultural en nuestro medio y por ello el que ellos participaran en una estafa de ese tipo era algo normal y no había que hacer alboroto por eso.

El deporte guatemalteco dispone de abundantes recursos con asignación constitucional que se dilapida y vemos que los únicos logros que se van dando son en deportes individuales donde la destreza de un individuo basta para sobresalir. Pero no hay ningún plan serio de inversión en el deporte, ni siquiera el recreativo no digamos en el competitivo donde los atletas se quejan del abandono que los obliga a trabajar librados a su suerte.

No podemos esperar resultados distintos en el deporte si allí se hace lo mismo que en el resto de las instituciones, esas que componen la institucionalidad que la Cámara de Industria defiende a capa y espada si el mandatario les dice que si no lo apuntalan a él, cerrará de nuevo el país.

Pasarle la factura a jugadores que hacen su mejor esfuerzo no se vale. Los responsables son los dirigentes deportivos que se alzan con el aporte constitucional sin invertir un centavo en formación de jugadores.

Redacción La Hora

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