Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Siento que llego tarde con este mensaje, aunque el tema que voy a tratar corre con ese riesgo y, siempre parece ser que se llega tarde a las madres.

Empiezo diciendo que a muchas mujeres sí que las agarró desprevenidas lo de la maternidad.  La mayoría fueron madres de pronto y en plena juventud, justo en la época de las ilusiones.  Me voy a aventurar a decir que ha sido una suerte que la maternidad le tocara a las mujeres.  No imagino que hubiera pasado si le llega a ocurrir a los hombres, que parecen tardar un poco más en madurar.

No consiento mucho en lo del instinto maternal porque en mis andanzas he visto de todo; pero si creo que la mujer tiene una vocación para el amor que le es muy propia, y que no es como la de los hombres.  He visto a las mujeres sacar fuerzas de donde sea, y he visto a muchas a su modo, practicar lealtades extremas que lo dejan a uno frío.

He conocido ya a unas cuantas madres, y a pesar de sus errores totalmente comprensibles para quien no fue entrenada en la tarea, puedo destacar que en su proceder hay muchas que son sinceras, constantes, valientes y amorosas.  El tema de la maternidad pasa por la mujer, de eso no hay ninguna duda, como una creación digna de encomio.

Con los hombres siempre un poco niños y las mujeres siempre un poco madres, hemos exagerado a veces lo de la maternidad, poniendo y asumiendo cargas que van más allá de lo deseable.  Hay que tener paciencia y cuidado con el asunto, porque a los hombres les convendría crecer y a las mujeres tener a su lado a un hombre de verdad.

No me gusta tanto que en el día de la madre a las mujeres se les coloque en un pedestal.  Creo que se corre el riesgo de que pudieran llegárselo a creer y con ello perder los beneficios de la responsabilidad compartida y en consecuencia, tener que llevar toda la carga.  Las mujeres son eso, mujeres y no diosas; con el agregado de que las diosas frecuentemente terminan siendo odiosas, y que a nadie le conviene que haya mujeres que se erijan como dueñas de sus hijos.  Mejor que sean mujeres amadas, madres justas y compañeras entrañables.

Desde hace tiempo presto atención al asunto de la crianza de los hijos, y he llegado a la conclusión de que concebir, parir y criar son tres cosas muy relacionadas, pero no siempre conexas.  Cada una de las tres tareas requiere de una conciencia e identidad propia y de motivos distintos que van más allá de la sola pauta rígida de algún instinto.

En todas las mujeres hay ingredientes que las van haciendo muy distintas de las otras.  Además de la consabida tendencia natural y exclusiva del sexo femenino, las madres añaden sentimientos humanos de amor, ternura, vocación, desprendimiento, sacrificio y abnegación.  Y puedo ver que las madres que lo intentan con sinceridad, con frecuencia sacrifican su voluntad e intereses y postergan sus vidas a veces para siempre en beneficio de sus hijos; y no veo en proporción que los padres hagan algo semejante.  Muchas veces veo a padres que son hermanos de sus hijos e hijos de la madre de estos, y que con el mismo cuidado que a sus retoños les atiende, aunque creo que no con el mismo justificado amor.  Madres por partida doble.

Claro que he visto también a madres que no debieron serlo, y por eso es que pienso que el instinto maternal es dudoso y que el asunto requiere desarrollo.  Me ha tocado ver a muchos niños sufrir y crecer sin confianza por causa de madres inconsistentes que no conocen las entretelas de la tarea y que no tienen la vocación que se requiere.

Hay mujeres que no quieren ser madres y lo son.  Algunas muy jóvenes, con hijos no deseados de hombres que no aman, y que cargan por ser mujeres con el sambenito del ya rancio y resobado pecado original que no alcanza de la misma manera a los hombres.  Además, cargan con la demanda de una misión casi divina, donde no pueden fallar ni equivocarse bajo pena de una sanción universal.  En la excesiva carga de ser madres, las falencias se notan más porque es más lo que se les exige.  Le pasa hasta a las que fueron juiciosas con la maternidad, porque aun queriendo bien, es una tarea difícil.

Lo que quiero decir es que las madres que aman a sus hijos y les entregan su vida, no solo cumplen una misión biológica, sino que demuestran una calidad del alma que va más allá de la obligación y de la lógica.  Las buenas madres son seres bien logrados que merecen admiración, respeto y mucho amor.

Hay madres solteras que luchan solas, madres casadas que padecen al padre de sus hijos, muchas apareadas con abusadores, madres que depositan su amor en hijos de otras como si fueran suyos, madres huérfanas de hijos porque los han perdido y viven de su recuerdo, madres ignoradas por sus propios hijos que en su soberbia piensan solo en ellos; pero todas son madres y siempre madres, día a día hasta el final.

Cada vez son más las madres que funcionan como mujeres de triple jornada.  Trabajan en casa antes de salir a la calle, van a trabajar y regresan cansadas a quitarse los zapatos para seguir trabajando en casa.  La tarea no es fácil lo sé, las jornadas son extenuantes.

No me siento tan niño como para adorar a la que por parir se pretende inmortal y digna de un altar.  Prefiero a la mujer hermosa y enjundiosa, que por humana le fluye el amor.  La que me inspira bajar la cabeza en señal de reconocimiento y me hace fácil quererla.  Las mujeres así no merecen un día, sino la vergüenza de todos los que ven en ellas a una hembra de carga y no a una verdadera mujer.

Sea como sea, todos queremos una madre; es el arquetipo inevitable por todo lo que significa.  Algunos la tuvieron y otros no, y hay que aprender a vivir a veces con la ausencia de algo que se deseó tanto y no se tuvo.  Hay que acatar la verdad para no pedirle forzadamente al mundo que llene ese vacío.  Cuando no se le encuentra sentido a la vida se le busca en cada cosa, para poder así tener algo de qué depender; pero a veces las demostraciones de amor más profundas se manifiestan en formas de desprendimiento, y de ahí que haya que aprender a cortar cordones umbilicales todos los días.  Desde lo más profundo, siempre queda el recurso de aprender a ser uno su propia madre, como parte del amor propio y la verdadera individuación.  Lo digo como si fuera fácil, pero entiendo que es difícil querer ser racional con las cosas del corazón.

Como sea, no deja uno de agradecer a la vida, también una gran madre.  Una inspiración que alienta las potencialidades naturales a desarrollarse y que pueden beneficiarse de las influencias externas.  La vida está en la capacidad de impulsar a crecer y ayudar a convertirnos en lo que somos capaces de ser.  Ella es fuerza mística y fuente de vitalidad.  En ella todos somos hermanos de alegrías y de angustias, de inefables experiencias y permanentes descubrimientos.

A todas las buenas mujeres que son madres, a la vida que nos acoge, y a la madre tierra; ¡Feliz día de la Madre!

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