Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz Lemus

En el proceso de ser y de contar, hay un ir y venir de circunstancias.  Difícilmente seamos un factor determinante que establezca una relación de causa y efecto con algún resultado.  No es posible decir que, si soy yo, está garantizado que pase tal cosa.  Son muchas las variables que tienen que confluir para que se dé o no un fenómeno en nuestra vida.  ¿Qué cosas y cuántas se tendrán que juntar para que pase algo?

La vida propia es una existencia particular, y es indudable que nuestra participación algo tenga que ver; pero solo como un factor, no como un determinante. Hasta aquí todo bien, es decir, si no pretendemos ser el centro de nada y la explicación fundamental de algo.  Para eso hay que entender que el universo es un poco más grande que uno.

Una cosa es lo que yo quiero, y otra cosa es lo que puede ser; no importa de que se trate. Lo importante es la calidad de relación que establecemos con cualquier persona, animal, cosa, situación, ideal, teoría, lo que sea.  Nada de eso es una extensión de nosotros, de ahí que no podamos pedir que sea como lo deseamos.

Pero en eso radica el conflicto; porque venimos de ser niños todopoderosos y grandiosos, y poco sabemos de nuestras verdaderas capacidades y potencialidades.  Se entiende con esto entonces, que vivimos con el ánimo inflamado queriendo tener un control que no viene al caso y terminamos siendo dependientes de resultados, con la autoimagen y la autoestima por la calle de la amargura en el mejor de los casos; porque la otra opción es la ruta de los delirios y la convicción de estar por encima.

Todo esto se traduce en actuaciones, más emocionales que juiciosas claro está.  En nuestra lucha por sentir que somos, buscamos pertenencia, por una parte, para no sentirnos solos y desvalidos, como parias tal vez.  El esfuerzo por sentirse parte se entiende que ayuda a no sentirnos inseguros.  Formas hay, desde la dependencia dispuesta al servilismo, hasta la búsqueda de admiración de los demás, como un reconocimiento a nuestra valía.

Es un temor humano conocido el no querer sentirse inferior, tener algún valor reconocible y creer que eso logra la trascendencia.  Quiero dejar asentado que eso requiere de la relación con el exterior de una manera extraña, porque a la larga redunda en el hecho de exigirle a lo que se nos acerca que sea como deseamos. Luego de cualquier idealización seductora de inicio, viene la decepción y el desencanto que terminan en destrucción, caídas totémicas, desmitificaciones y una terrible desesperación.

Todo decanta en el empeño por encontrar o hasta en forzar un propósito; algo que les dé un sentido a nuestras vidas, como si esa fuera la tarea.  Supongo que a nadie le gusta sentirse ilegítimo y fuera de una norma que ni siquiera podemos saber si existe.  Parecerse a algo en lugar de ganar conciencia no es un buen negocio, pero es fácil sentirse cómodo agarrado de algo, aunque sea de una idea, y más si se comparte con otros con ánimo sectario.

En lo que pasan una cosa y otra vamos construyendo una historia, y en la intención de no vernos como ineptos, la vamos narrando cada vez diferente, por ediciones y retoques.  La memoria más que una reproducción es una reconstrucción de hechos, y pasa de ser un registro a ser una interpretación.  No digo que necesariamente estemos mintiendo, seguramente estamos salvando nuestra imagen.

El sumun de este proceso es que nadie quiere morir, mucho menos pronto. Pero hay que reconocer que no tenemos tanto tiempo, que la vida se acaba y que eso literalmente es lapidario.  No tiene caso negar lo obvio y arruinar la vida, como si hubiera una de repuesto.

Se entiende que nadie quiera vivir su vida como si fuera una lotería, y está claro que algo hay que hacer para contribuir positivamente a la existencia.  Tal vez de esto dependa el viejo concepto de libertad; que de pronto tenga que ver con la responsabilidad.  Descomponiendo la palabra entiendo que significa la habilidad de dar una respuesta, y esto sin duda tiene que ver con la humildad de hacer lo que es posible y no imponerse imposibles.

La coexistencia con todas las cosas requiere de una sólida individualidad y la capacidad de disfrute o de gozo que se tenga, no de la necesidad de que algo ocurra o esté presente obligatoriamente.  Demasiado celo en el ambiente.

Estamos destinados a vivir muchas cosas y no solo lo que planeamos con nuestra corta visión del universo interno y externo.  Debemos renunciar a la fantasía infantil y atrevernos a ser individuos, seres independientes.

No encuentro otra forma de llevar una relación sana con la colectividad.

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