Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz Lemus

-La vida era difícil, para unos más que para otros.  No faltaba quienes echaran mano de su historia y circunstancias para explicar su pesar.  Siempre viendo lo que no salía o lo que salía mal.  Parecían gente.

-Eran muchos casos en que los hijos podían agradecer a sus padres que no los dejaran morir de hambre, porque otra cosa, no pasaba.

-De la puerta de la casa familiar para afuera se podía intentar la vida.  De la puerta para adentro, nada. Las familias se reunían y se activaban las dinámicas.

-Todos buscaban el cómo pero no el por qué. Si hubieran pensado lo que hacían, no harían lo que estaban haciendo.

-El sexo era uno de los últimos recursos cuando alguien sentía que no quedaba nada y que se desvitalizaba. Los prisioneros podían ser un buen ejemplo. Lo mismo era con el dinero y el poder, que muchos enarbolaban como banderas para sentirse alguien.

-Cualquiera que salía del closet en cualquier tema, vivía con más integridad e integración.

-Era fácil entender que algo doliera cuando estaba, pero la paradoja era que podía doler cuando no estaba. Añoranza, nostalgia, dolor por la ausencia.  Tal vez era que las cosas se van, pero se quedan.

-Hacían que algo pareciera verdad, aunque no fuera.  Era demasiado el activismo de querer trastocar la historia con maquillajes chapuceros, en lugar de fomentar la reflexión y la conciencia.

-Nadie aguantaba tanta angustia, y lo peor es que querían aliviarla con lo mismo que se las provocaba.

-Había mucha gente que se pedía como obligación autoimpuesta cambiar el mundo.  Se reclamaban furor revolucionario y se reprochaban no hacer nada. Se distraían con su mesianismo y no hacían lo que podían…ser.

-Caían en el riesgo de diagnosticar a alguien moralmente, como si el paciente mereciera una sentencia.  Juzgaban lo que hacía y no evaluaban lo que padecía.

-Se metían con su oscuridad en la oscuridad de otro.  Eran relaciones de cuatro. Dos que creían saber lo que hacían y dos oscuridades que desde lo oculto marcaban el paso.

-Presumía su listura que no era para tanto e iba sin rumbo. Malograba su vida y lo malbarataba todo. En su soberbia hacía algo y lo echaba a perder, por eso evitaba ponerse en acción. Prefería alegar pereza y recurrir al despotismo antes que admitir su incapacidad. Le ganaba el miedo porque conocía sus limitaciones, y habría sido peor si no las conociera. Tendía a impresionar positivamente cuando hablaba con discursos bien logrados y negativamente cuando actuaba y se contradecía, como si hubiera un corto circuito. La derrota era total, y solo quedaba fingir inteligencia y actuar con rabia al caer presa de la frustración. No había equilibrio entre conocimiento y voluntad. Tal vez lo suyo debía pasar por caminos sinuosos de no tenerse fe, envidiar a otros, crear expectativas imposibles y hasta creer que se lo merecía todo de antemano.  Venía de curtirse en la mentira que desemboca en una disfuncionalidad que siempre tiende a la grandiosidad.  Ante tanto fracaso, se aprovechaba de capturar a alguien infundiéndole miedo. En su pasividad y agresividad, buscaba quien le resolviera las cosas. Lo hacía controlando rígida y avariciosamente, siempre buscando algún defecto para tener como manipular. La víctima tenía que ser alguien eficiente, al menos en la acción de resolver, y con experiencia en sacar castañas del fuego. Una persona con temor a la descalificación que sabe a desamor y que llevara la angustia de la culpa a flor de piel. No es ninguna novedad que entre la mente y la conducta se convoquen emociones, muchas veces inadvertidas, a veces indescifrables.

-Al final, todos topaban con la soledad. Y eso que le huían toda la vida.

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