Juan José Narciso Chúa

juannarciso55@yahoo.com

Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Ha pasado mucho tiempo, a pesar de los 38 años de democracia, el punto inicial no fue ahí, fue mucho más atrás. Si se quiere se puede partir de la conquista -aquél cruento combate dispar en donde se subyugó a los pueblos originarios y aparecieron los primero criollos-, se puede partir de la declaración de independencia -aquél acto en el cual los criollos establecieron las reglas del juego y su condición de clase-, , o bien se puede partir de un hecho más alentador -la Revolución de 1944-, o bien se puede decir partir de la noche oscura derivada del modelo autoritario-militar 1970-82 y luego 1982-1985, pero al final, los resultados para el país han sido devastadores.

Si utilizamos la democracia como punto de partida, se puede decir que hubo períodos de gran esperanza como la llegada de la Democracia Cristiana, pero eclipsó en los pantanos de la corrupción también, o bien se puede hablar del punto culminante de la CICIG, que con luces y sombras provocó un sisma político en Guatemala, hasta llegar a los momentos más ruines de nuestra historia contemporánea, los gobiernos más criminales y perversos –mataron gente de hambre y de falta de atención-, como los últimos tres regímenes -Pérez, Morales y Giammattei-.  

Estos se convirtieron en el culmen de la corrupción, de la impunidad, de la falsedad, de la incapacidad, del hartazgo de la población, esta combinación de factores provocó un cambio en el pensamiento del pueblo, generaron una dinámica de cambio –silenciosa, sutil, valiente-, para producir la sorpresa más grande en las elecciones generales del período democrático: las elecciones de 2023 que concluyeron con la elección de Bernardo Arévalo y Karin Herrera.

Este punto de inflexión, es -creo yo-, el momento más esperanzador de la historia actual, el punto de quiebre entre un viejo sistema -amañado y corrupto-, para pasar a otro abierto y transparente que se apunta a generar una serie de condiciones propicias para modificar el estado de cosas en nuestro país, en nuestra sociedad.

Las expectativas alrededor de esta esperanza, de este sueño acariciado por muchos y seguramente vilipendiado por los menos, representa pasar a un estadio superior en el desarrollo, pero esto no es nada fácil.  Las posturas extremas no ayudan nada.  Ni aquellos que exigen más y más, ni aquellos que seguramente pretenderán dar marcha atrás al reloj de las agujas de la historia.  Se debe ir poco a poco.

De momento un gabinete de personas honorables, decentes y con experiencia, que han tomado la decisión de empujar desde abajo, pero, estoy seguro, que podrán llegar muy arriba.  No hay que desesperarse, no hay que tomar las cosas a la ligera, no hay que esperar transformaciones inmediatas, pero sí cambios importantes, otros simbólicos -que no dejan de ser trascendentes-, pero así poco a poco, pequeños golpes de decencia, de experiencia, de futuro.

Hoy la esperanza -y como título esta columna, ese esquivo sentimiento-, se vuelve más cercano, se vuelve más real, se vuelve más que un sentimiento, como un espíritu que propone el cambio, que adelanta el futuro, que rompe con el presente lleno de corrupción, atavismos y privilegios absurdos, para conducirnos a una sociedad de convivencia, en donde todos contamos, principalmente aquellos a quienes se les ha marginado, se les ha abandonado, se les ha dejado a su libre lucha por sobrevivir, se les ha negado todo.

Ese espíritu de esperanza que hoy es un caballo de batalla, ojalá se convierta -como se puede observar en municipalidades pequeñas-, impregna una lógica diferente, impulsa un deseo por hacer las cosas bien y con ello todos debemos internalizarnos en la esperanza y parodiando aquél viejo poema que calza perfecto hoy -la esperanza nuestra dulce amiga que las penas mitiga y convierte en vergel nuestro camino, por la esperanza que a la vida nos lanza a vencer los rigores del destino-.  El destino se construye y hoy espero que así nos ocurra a todos.

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