Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

Muchas veces se habla sobre el Estado Fallido y por las características que del mismo se establecen parecería que no pasa nada en Guatemala, pero la realidad esconde la verdadera esencia de nuestra sociedad. Según Wikipedia: “un Estado fallido se caracteriza por un fracaso social, político y económico, caracterizándose por tener un gobierno tan débil o ineficaz, que tiene poco control sobre vastas regiones de su territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad, refugiados y desplazados, así como una marcada degradación económica”.

Por otra parte, Jackson señala que: “los Estados fallidos son los que no son capaces de salvaguardar las condiciones civiles mínimas para sus conciudadanos (paz interna, leyes, orden, buen gobierno, etc.); Estados, que si bien tienen un reconocimiento legal internacional que los identifica como Estados-Nacionales soberanos, dentro de sus fronteras la legalidad y su potestad de aparato regulador, se difumina”.

Y según la OCDE “una región o estado frágil tiene capacidades débiles para llevar a cabo funciones básicas de gobernanza y carece de capacidad de desarrollar relaciones mutuamente constructivas con la sociedad. Las regiones o estados frágiles también son más vulnerables a shocks internos o externos como ser crisis económicas o desastres naturales”.

Para no ser exhaustivo, las tres definiciones caben para Guatemala y planteo tres características de cada una de ellas, pues dibujan justamente un Gobierno débil e ineficaz, el Estado no es capaz de atender condiciones mínimas para sus ciudadanos y carece de capacidad de desarrollar relaciones mutuamente constructivas.

Ciertamente, la cuestión económica será el único argumento hoy de contradecir o rechazar la condición de Estado Fallido, pero en realidad todos sabemos que el modelo económico a pesar de sus resultados importantes –pero medido bajo la comparación con un año de recesión, resulta un dato poco realista y hasta con señales de falsedad–, pero sigue siendo excluyente, concentrador y bajo la égida de una élite depredadora, el desempeño paupérrimo de un Gobernante incapaz, visceral y con limitadas capacidades para gobernar.

El Estado Fallido no nace de un día para otro, es un proceso paulatino e incremental que descansa en muchos años de irresponsabilidades y desaciertos que devienen de nuestro pasado lleno de complicaciones, golpes de Estado y de una dominación elitaria que no deja de mantener el control del Estado y sus instituciones, se asegura sus privilegios, se niega a aceptar las condiciones mínimas de una economía abierta como es la competencia, el libre juego de la oferta y la demanda, mercados abiertos y competitivos, mientras los políticos y militares se aseguran sus fortunas mal habidas de los recursos de los presupuestos de Estado.

Hoy cuando ya empezó la campaña política para las próximas elecciones, ya somos testigos de las jugadas sucias –tal como la presión ejercida contra el G13–, para asegurar que la Comisión de Postulación incluya dentro del listado de candidatos a la actual Fiscal General y allanar el camino para su reelección y así asegurar que la juega de la corrupción y la impunidad continúe por muchos más años.

La destrucción de las bases de nuestro frágil sistema republicano inició muchos años atrás, pero durante los períodos democráticos de estos últimos tres regímenes de Gobierno han sido lo peor, pero el actual constituye la muestra más elocuente y descarada de la corrupción, de la impunidad y de la destrucción de la institucionalidad democrática para corroer más nuestro tejido social. Únicamente el pueblo salva al pueblo. Luchemos, participemos, presionemos para que no terminen de poner el último clavo en el ataúd del Estado Fallido y hundir con él a la democracia.

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