Gladys Monterroso

licgla@yahoo.es

Abogada y Notaria, Magister en Ciencias Económicas, Catedrática de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Diploma otorgado por la Corte de Constitucionalidad en 2005, como una de las Ocho Abogadas Distinguidas en Guatemala, única vez que se dio ese reconocimiento, conferencista invitada en varias universidades de Estados Unidos. Publicación de 8 ediciones del libro Fundamentos Financieros, y 7 del libro Fundamentos Tributarios. Catedrática durante tres años en la Maestría de Derecho Tributario y Asesora de Tesis en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

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Gladys Monterroso
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“Aquel que en un principado no advierte los males cuando nacen no es verdaderamente sabio, y es un don que pocos tienen.”

Nicolas Maquiavelo

Uno de los elementos de una sociedad que se preste de ser desarrollada es su transporte público, que si es públicos, que cumple con una función social, porque sirve a la sociedad en general, desafortunadamente en Guatemala, nos han quedado a deber históricamente en la prestación de todos los servicios sociales, no se trata de una cuestión de ideología, se trata de un estado estructurado para que la mayoría de funcionarios públicos, no sirvan a la población, más bien se sirvan de ella, porque existiendo servicios básicos para el desarrollo, siendo el transporte  primordial, tanto que ni siquiera lo podemos identificar como parte del Estado Benefactor, el transporte público va más allá de este concepto.

En nuestra sociedad, por años el transporte con sus deficiencias se mantuvo dentro de precios aceptables que siendo un estado caótico era bastante, pero, durante el gobierno de Ríos Montt, régimen en el que se perdieron beneficios básicos, por primera vez, y con el repudio social aumenta  el precio del transportes, así fue involucionando uno de los servicios más importante, hasta convertirse en una tosca caricatura, de lo que una sociedad en vías de desarrollo debería ser, más aún si tomamos en cuenta el progreso que conlleva un buen servicio básico de este tipo, en cualquier sociedad que se precie de dar pasos hacia adelante.

Cuando crearon el Transmetro, nos lo vendieron como la solución al problema histórico de la falta de un transporte de calidad, problema creado por estructuras que han mantenido a la sociedad en la inopia, aceptado por las elites del poder real, tomando en cuenta que se creó para suplir una necesidad básica de la clase trabajadora tan vilipendiada históricamente en el país, si a esto sumamos, que la mayoría de las camionetas, como coloquialmente le llamamos se convirtieron en verdaderas rutas del terror, en el que los delincuentes hacían de las suyas, bajo el amparo de los dueños de los vehículos, los pilotos, los ayudantes, y las autoridades, eran en su mayoría itinerarios del horror, en las que se perdieron vidas más que valiosas, como toda vida humana.

Nos vendieron la idea el Transmetro, como un servicio barato, seguro, cómodo y eficaz, con el paso del tiempo dudo mucho que estas cualidades se apliquen para con los usuarios, lo que si es cierto es que los beneficiarios son otros, no la población, y la pandemia que aún nos aqueja, evidencio su pobreza, aunque las autoridades hagan oídos sordos, ojos ciegos y palabras mudas, gradualmente este servicio a aumentado el costo de la vida, sin miramiento alguno.

Antiguamente el servicio de camioneta, tenía una ruta que servía a muchos usuarios, puedo ejemplificar de la siguiente forma, la ruta setenta, cubría la colonia Primero de Julio, zona siete, Avenida Bolívar, séptima avenida zona Uno, llegaba a zona dos y finalizaba en Ciudad Nueva, en ella subían y bajaban, estudiantes, trabajadores, personas que buscaban trabajo, hasta mendigos, pero no asaltaban, con el tiempo, fueron reduciendo la ruta, y principiaron a asaltar indiscriminadamente, hasta que nos ofrecieron la aparente solución, a un problema que anteriormente no existía.

Inicialmente y emulando a los servicios de metro de otras sociedades, los usuarios pagaban el pasaje en una parada de transporte, y tenía un derecho mínimo de transbordar para llegar a su destino que no cubría la misma línea, pero que el transbordo aliviaba un poco, la golpeada economía de una sociedad que necesitaba seguridad, precio justo, y comodidad, aunque nos quedaban en deuda.

Viene la pandemia y se hace necesario contar con un mínimo aforo para proteger la salud de los usuarios, en ese momento difícil para la sociedad global, los señores del Transurbano, ven la oportunidad de aumentar sus ganancias, y eliminan la posibilidad de transbordo, no se respetan las medidas de seguridad, por lo que cual sardinas seguimos viajando en un transporte que cada vez se aleja más de lo que se vendió como ciudad del futuro, si somos objetivos el futuro en ese contexto es regresivo, porque se convierte en un atentado para la salud de quienes obligadamente diariamente tienen que utilizar un servicio que no es público, ni barato, menos seguro, porque además es un foco de transmisión de la pandemia que seguimos sufriendo.

Un estado que no se organiza para satisfacer las necesidades de la población, es cualquier cosa, menos un Estado.

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