Gladys Monterroso
“No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo.” Albert Camus
He sido desde siempre, una ferviente defensora de la igualdad entre seres humanos sin distingo alguno, pero también, conocedora que esa igualdad, que se traduce en una ineludible desigualdad para lograr el necesario equilibrio dentro del marco de la norma, tanto legal como moral, mujeres hombres, niños, adultos, todos somos diferentes e iguales a la vez.
Al analizar el contexto global, no cabe duda, que somos un país subdesarrollado, y que, a la mayoría de las mujeres, nos ha costado históricamente muchas luchas obtener ciertos espacios reservados hace tan solo unas décadas para los hombres, y que, aún iniciado la tercera década del siglo XXI, muchos aún se encuentran vedados, por ejemplo los espacios académicos, no hemos contado con rectoras y poquísimas decanas en nuestra tricentenaria casa de estudios, por naturaleza progresista, en el ejecutivo solamente una mujer llegó a la vicepresidencia, y lo hizo tan mal como cualquiera de sus antecesores masculinos, en los otros dos órganos, son contadísimas las oportunidades de las mujeres, y en general los espacios son contados con los dedos de la mano, y sobran dedos.
Pero, el machismo no se detiene ahí, se encuentra implícito en una sociedad conservadora como la nuestra, tenemos que trabajar mucho aún, en lo laboral y académico, pero en las relaciones interpersonales la cosa es más compleja, porque, se encuentra enraizado en microorganismos sociales como la familia, las amistades, las empresas, las escuelas, todo lo que nos rodea fuera de lo institucional.
Escuché una plática entre dos jóvenes mujeres, en la que, una le dijo a la otra, “No sé por qué, los hombres se quejan de como manejamos las mujeres” y la otra inmediatamente contestó “No nena, no tenés razón, la verdad, las mujeres manejamos mucho peor que los hombres” En ese momento pensé, aliviadas estamos con este tipo de pensamientos, más aún, tomando en cuenta que, no es una opinión manifestada a la ligera, es bastante enraizada en no solamente esta sociedad, también en otras que creemos “avanzadas” por ejemplo en EEUU, no ha habido una mujer presidenta, en la Unión Europea nuevamente son contadas con los dedos de la mano las mujeres que han dirigido a los diferentes países, en América estamos bastante desproporcionados.
El legislador ha tratado de, formalmente minimizar esta situación, al establecer en el Código Civil que la mujer tiene el derecho de agregar a su propio apellido el de su cónyuge, por lo que es un derecho, sin embargo, es una creencia popular que es una obligación.
En el ámbito familiar la situación se encuentra bastante complicada, las mismas mujeres nos boicoteamos, desde los colores con los que se visten a los niños, como las atribuciones dentro del hogar, vemos que, en un alto porcentaje, el hijo hombre no cocina, no limpia, no lava, son atribuciones de las niñas, ¿Por qué? El conservadurismo a ultranza
En mi caso soy primera hija, tengo una primera hija, con sus reticencias porque las tuvo, mi padre me respetó como hija mujer, y yo a la vez a mi hija, porque el apellido no es más que una parte del nombre, ese no se pierde porque se trate de una hija, si se le respeta ese espacio, el mismo prevalecerá, es cuestión de actitud ante la vida, un ejemplo Angela Merkel, “tomó” literalmente el apellido de su primer esposo, se divorció, se volvió a casar, y continuó con el apellido que ella decidió, no el que le impusieron las reglas por el divorcio, en mi caso decidí que mi apellido sería Monterroso, esa debe ser la alternativa, tener el derecho a la decisión, sin que esto quede solamente en relación al apellido.
Pero no estamos ante una actitud basada en lo formal, que no es más que eso: Formalidad, lo profundo es lo importante, y que un alto porcentaje de mujeres, que estando orgullosas de ser mujeres, pero que, con nuestras acciones pareciera que no lo reafirmamos, se trata de una falencia en nosotras mismas, ratificamos el machismo en lo interno de nuestra sociedad, situación que nos deja con una deuda hacia nuestra propia situación de ser humano por serlo, no por ser mujer, hombre o lo que nuestra naturaleza pida.
Un ser humano que tiene la sensibilidad de interpretar el llanto de un niño, la fortaleza de tomar las riendas de su propia vida y la de los suyos, la bondad de dejar de comer para que otros lo hagan, y la habilidad de convertir una casa en un hogar, bien puede llamarse mujer.
licgla@yahoo.es