El Día del Padre y el Día del Maestro se celebran en este mes de junio, por tal motivo dedico este artículo a la memoria de mi padre León Aguilera.
Las fuerzas de la Naturaleza le ofrecieron el don de hacer de los libros, la ciencia y la filosofía, sus esclavos, la quintaesencia perfecta de la sabiduría.
Un reloj sin agujas, el infinito, es el calificativo para mi señor padre a quien le obsesionaba ese algo intangible, inmensurable, el Todo Universo, representado en la mitología griega como el dios Cronos: El Tiempo, que día a día pareciera ser más corto en la vida de los seres humanos.
El concepto del tiempo fue constante en su prosa lírica y en su poesía, fue uno de los temas en los que más profundizó. Cuando era yo pequeña le pregunté: “Papi, ¿qué es el tiempo?”, a lo que respondió “Un reloj sin agujas” ¿Y un reloj? “El sepulturero del tiempo.”
En una de sus magistrales piezas literarias en las que se refiere al tiempo escribe:
“Corazón en el péndulo en que pende el instante,
el instante de oro, de obsidiana o cristal;
corazón en el péndulo en que pende el instante,
como Luna menguante de mi tiempo mortal.
Cómo pasa y no vuelve el instante en el péndulo,
de materia ligera, invisible y fugaz.
Cómo pasa y no vuelve el instante en el péndulo,
va rimando en sus arcos de la vida el pulsar…
El vaivén de la vida, el vaivén de la muerte,
ver abrirse abanicos en fantástico afán,
el vaivén de la vida, el vaivén de la muerte,
esperanzas de ensueños que jamás se tendrán.
Es balanza, se pesan los minutos, las horas,
balanceantes los días entre infierno y edén;
es balanza, se pesan los minutos, las horas,
y lo que hoy está siendo, otro instante ya no es…
No más ojos y oídos en hipnosis del péndulo,
y fijarlos al trémolo de belleza en la flor;
no más ojos y oídos en hipnosis del péndulo,
y vibrar en el péndulo que estremece el amor.”
Con mi padre aprendí el valor del saber, el valor del conocimiento; en una de sus Urnas del Tiempo dedicada a mi persona escribió: “Debemos hojearle libros, especialmente enciclopedias ilustradas…” Mi vida creció así entre libros, diccionarios, enciclopedias, pero antes de consultar alguno de esos preciados tomos, le preguntaba a mi padre cualquier duda, quien respondía aclarándola de inmediato, o a veces con una cátedra que duraba más de una hora.
Era realmente un ser pensante, un metafísico; siempre estaba leyendo algo diferente o releyendo a los filósofos antiguos, modernos, poetas, escritores de todo el mundo, porque para él la vida era un aprender constante; fue el cantor de las jacarandas en flor, enamorado eterno de la Naturaleza, creador de una obra literaria humana, esencial y didáctica.
Mi señor padre supo verter y compartir sus conocimientos a través de su célebre columna titulada: Urnas del Tiempo, que publicaba en el recordado diario El Imparcial y luego en Prensa Libre.
Fue para mí muy edificante compartir con mi papá el diario vivir, porque su presencia era un reto, sus consejos, una ley, su retórica valiosa lección. Y el haberlo acompañado y auxiliado hasta el último momento de su vida, junto a mi señora madre María del Mar, mi esposo Carlos-Rafael Pérez Díaz y mis queridos hermanos: Gabriel, León, Jazmín y Sigrid, me hace sentir gran satisfacción, y me motiva a seguir adelante de manera fructífera.
En las primeras líneas de su extraordinario poema filosófico titulado “Oración” manifiesta:
“¿Quién eres ante mí?
¿Quién soy yo, ante Ti, Infinito?
Un pulso soy, un pulso apenas de tu estremecimiento…”
El laureado humanista, insigne literato, filósofo, y periodista ilustre León Aguilera, falleció en la Ciudad de Guatemala a los 96 años de edad, el domingo 13 de abril de 1997, rodeado de su amada esposa María del Mar, quien estuvo a su lado hasta el último día de su vida, de sus queridos hijos, sus preciados nietos, distinguidas amistades, colegas, personalidades y admiradores de su legado literario.