El fraile Tomás de Celano en una de sus hagiografías más famosas sobre la vida de San Francisco de Asís, destaca la Navidad celebrada por el santo en el año 1223 que, por su originalidad y semejanza al nacimiento del Niño Dios, fue declarada como la primera representación en vivo de la Navidad o el primer nacimiento viviente.
Esta alegoría fue realizada en la Ciudad de Greccio y para tan solemne evento San Francisco de Asís invitó a un reconocido aristócrata y amigo suyo de esa localidad italiana cuyo nombre era Juan, para que junto con los habitantes de la ciudad festejaran, evocaran, percibieran y vivieran la Natividad del Niño Jesús.
El lugar elegido por San Francisco de Asís para reconstruir el nacimiento del Niño Dios, fue un monte muy rocoso con grutas y rodeado de un hermoso bosque de encinas; en el relato de Tomás de Celano, quien fue uno de los discípulos de San Francisco de Asís desde el año 1215, se describe con detalle este gran acontecimiento:
“Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu.
Unos quince días antes de la Navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia y le dijo: ‘Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar; deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno’; oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.
Y llegó el día de alegría, de exultación; se citó a hermanos de muchos lugares, hombres y mujeres de la comarca, todos rebosando de gozo prepararon según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años; llegó el santo de Dios y viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró.
Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno, allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén.
La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales; llega la gente, y ante el nuevo Misterio, saborean nuevos gozos, la selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo, cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría; el santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo.
Se celebra el rito solemne de la Misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación, el santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el Santo Evangelio, su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos.
Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre, como de la pequeña Ciudad de Belén dice palabras que vierten miel, muchas veces al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor le dice el ‘Niño de Belén’… Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente, terminada la solemne vigilia, todos retornaron a sus casas colmados de alegría.” ¡Aleluya!
Que el Niño Dios nazca de nuevo en los corazones de quienes lo aman y sea guía y luz en su diario vivir. ¡Feliz Navidad!