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Tengo 48 años de ser jurista, porque tengo de vocación Abogado, entonces requería la mayor parte de nuestro tiempo y nuestro espacio; pero el 14 de julio de 2015 tuve un accidente cerebrovascular que provocó un derrame en el hemisferio cerebral izquierdo que controla el habla lo que ocasiona la Afasia, por ello no puedo hablar mucho, soy enfermo neurológico, pero no soy discapacitado, lo que tengo es una limitación en él habla y por ello lo hago casi siempre en las computadoras.
Pero tengo un “segundo oficio”, que es ser “escribiente” y que a veces se torne “cuesta arriba” el desperdigar una que otra cuartilla para tratar de existir o que otros existan en nuestros escritos. Por esas circunstancias latentes es una inclinación de trasladar con absoluta objetividad, en ocasiones con una realista frialdad, soy un hombre apasionado y con vehemencia personal para impregnar en el papel todas esas cosas y realidades a nuestro derredor, se torna algo difícil y nos obliga lamentablemente, a no ser más prolíficos en nuestra producción y en ocasiones nos alejamos sin quererlo de estas gratas y acogedoras páginas literarias. Pero el tiempo, esa medida de espacio que algunos han calificado de bendita y que otros reniegan, por sus siempre objetivas realidades de hacernos cada día más temporales, cada día menos reales y cada minuto más viejos, y en verdad diversos momentos me obliga a tener un alejamiento de mis columnas de prensa con mis lectores, mis prosas, mis poemas y ensayos de vida. Los críticos más severos a mis ausencias epistolares son algunos entrañables amigos de mi Escuela de Monjas de nuestra infancia, con mi colegio Mariano y de Universidad, colegas como yo soñadores e idealistas, porque tengo “cuates” especímenes humanos de gran contenido moral y un vasto continente espiritual y social. Pero en fin, estas digresiones amistosas son conceptos y apreciaciones personales, que aunque no necesarias, hoy siento la necesidad de situarlas en la dimensión exacta de mi existencia. Tenemos realidades muchas veces infamantes y dolorosas de nuestra cruda realidad como Nación y que acontecen diariamente en nuestro derredor, se torna algo difícil y nos obliga a no ser más prolíficos en nuestra producción y en ocasiones nos alejamos sin quererlo, de estas gratas y acogedoras páginas de “La Hora”.
Lo que es una realidad hoy, es que exactamente como escribí en el año 1971, cuando filosóficamente abrazaba el nihilismo de Saint-Just y su afirmación de que “esta época hiede empezando por sus frases”. Y esta actitud y posición de pesimismo, incertidumbre y negación, es provocada por la porquería de políticos, por eso me ha afectado de manera severa y profunda a mi país. Ello me ha llevado a cuestionar realidades, a hacer un repaso de lo que ha sido mi vida y a reformular algunos planteamientos conmigo mismo.
Tengo algunos días que estoy en ayuno de palabras, a pesar que soy un columnista-escritor, estoy mero huevón con mis columnas; casi siempre tengo tres o cuatro columnas cada mes y ahora solo una de este enero 2023; se me van los vocablos, se me olvida el alfabeto, con algunas verdades reales y frases y con expresiones de mis historias. Por ello tengo ausencias temporales de esta columna, estoy a dieta y con resaca de palabras, consonantes y vocales, tengo vacíos de relatos y anécdotas, son carentes de soplo. Por ello tengo penitencia y me siento mortificado. Hoy no tengo espiritualidad, a desaposentar nuestros corazones, porque los problemas grandes o pequeños de la vida, nos calan con mayor dureza, se siente más lacerante su presencia y creemos que caemos en un pozo sin fondo. Es entonces que me doy cuenta exacta que cuando hay congoja y abatimiento, cuando hay aflicción y perturbación, únicamente Dios –Él– mitiga nuestras penas y nos da valor y templanza en momentos de tribulación. Necesitamos nutrirnos en la certeza y en la comunión con un Ser Superior. Debemos afianzar nuestros íntimos valores y creencias de nuestra ideología y prácticas cristianas.