Flaminio Bonilla Valdizón
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Acostumbrados en estas fechas es propicio y trasladar la remembranza de las vivencias reconfortantes y las hirientes, de las penas y las alegrías, nuestras evocaciones cordiales y las que ni siquiera merecen ser recordadas por lo profundo que nos colaron y nos lastimaron, hay logros y sinsabores, de las luchas estériles y de aquellas que dieron buen fruto. Cada año les envío un mensaje de cariño, amistad y solidaridad a mi familia, a mis amigos, mis “panas”, mis “cuates”, los consejeros cuando he errado en algunos capítulos de mi vida, con algunos éxitos y de los fracasos, que aunque pocos, siempre penetran en lo profundo del corazón, nos hacen meditar sobre la senda correcta que ante las afrentas cuando nos encontremos en el trance de escoger entre varias alternativas. Mis logros del año dos mil veintidós han sido pocos, sufrimos y experimentamos con adversidades de diversa naturaleza. Me vi inmerso en un estado emocional, con aflicciones y congojas o para calmar mis miedos cervales, casi todo por la maldita Pandemia. Para muchos guatemaltecos y todo el mundo, los últimos tres años fueron duros y difíciles por el Covid-19, arduos muy espinosos, pero ya salimos airosos de la que creí una derrota, más no fue que una intensa tormenta en un mar de tempestades, porque luego se abrió el Cielo y clareo para mañana. Pero esas ansiedades, mis angustias y mis pánicos, a Dios gracias han terminado y soy un hombre como salido de un limpio arroyo de agua clara. Creo que mi pandemia concluyó y el capítulo está cerrado bajo siete llaves de candados, para que no vuelvan a abrirse jamás esas heridas emocionales tan tremendas, agobiantes y punzantes. Hoy todo aquello es una hoja tirada al viento, una huella que aunque dolorosa fue superada con entereza y valentía, con la ayuda de Dios, la familia y los amigos. Es aunque deplorable, una memoria que ha quedado estampada en la ruta de mi existencia y allí quedará marcada por siempre.
Tuve escollos pero también abiertas sendas de bienestar espiritual y material. Pero no siento que fracasé, sino simplemente tropecé, vencí los obstáculos y estoy de nuevo presente con nuevos bríos en el trajinar de la vida. Sé que tengo amigos valiosos, que en momentos oportunos me han tendido su mano franca y han servido de muleta para que me levante pronto de los tropiezos, obstáculos y caídas; me han apoyado en el triunfo y la derrota, pero yo también he compartido y gozado con sus logros, con sus brillos y sus conquistas. Pero siempre fui bendito, porque Dios en mi camino hizo siempre más factible darle el rostro al vendaval y salir siempre muy lúcido de cualesquiera inclemencia. Le hice frente a los temporales, jamás a la derrota cederle el paso y siempre nos insufla ánimo de triunfadores, espíritu de conquista y tuvimos de ejemplo, a mi papá, se nos fue en un frío enero de hace casi diecinueve años, se fue a vivir tranquilo, sosegado y muy paciente, a un lugar en donde ahora, nos espera con paciencia y revisar si su ejemplo lo seguimos con conciencia, en el devenir del tiempo. Mi padre fue un hombre noble, con un gran discernimiento, un ser humano increíble, vertical y muy virtuoso, bondadoso, de acendrada y enorme conciencia social. Ahora yo un viejo hice un repaso histórico de la vida de mi papá y afirmo que soy muy ufano que no sólo fue un buen padre sino mi grande amigo.
Nos invade la morriña de tiempos ya idos que jamás volverán a nuestras vidas, pero nos llena un sosiego, paz y gozo; están mis amigos, sus valores y rebeldía, todos esos bandoleros, mis compinches, con quienes luchamos en defensa del Derecho, la Equidad y la Justicia, abanderando cruzadas contra los intolerantes, esos seres desgraciados que tenían a la muerte por compañera de vida y con su quehacer inmundo, asesinaron a muchos hombres y mujeres de conciencia digna. En la Escuela de Derecho tuve amigos de sublevación y lucha, de revolución y praxis, por cambiar las estructuras oligárquicas de este pedazo de América, un país subdesarrollado, pobre y siempre desangrado, por esos parias que hirieron, torturaron, mutilaron y también asesinaron a miles de compatriotas, cuyo único pecado fue ser humanos inteligentes y reflexivos, que simple y sencillamente usaban el pensamiento y la pluma como su única arma en su lucha por la vida; algo que nunca entenderán esos rufianes vende-patrias, como este dictador de Alejandro Giammattei, a este tipo, quien hacemos suya la famosa frase de ¡muera la inteligencia, viva la muerte! que el fascista de la Falange Española José Milán-Astray, el doce de octubre de mil novecientos treinta y seis, le espetó a Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.
Deben recordarse las vivencias y formular remembranzas de todos aquellos cuates, que se nos adelantaron y ya están en otros umbrales, y rememorar su esencia de cuando estuvieron presentes y siempre muy activos, en los momentos preciosos de nuestra efímera vida. Es necesario recordar a esos ausentes que cayeron en la lucha de su insurrección en esta cruenta guerra interna, los que lucharon siempre con gran dosis de coraje, templanza, valor y osadía y siempre nos enseñaron, no estando tan equivocados, que aún en el camino insurrecto de la lucha armada, se pueden cambiar estructuras sociales y salir de estos estadios materiales y espirituales, tan groseros, lacerantes, agrestes y deprimentes, que ofenden a esta nuestra Guatemala, hace décadas burlada, tolerante y mancillada, por estos bestias, que han agraviado, agredido y pisoteado a esta Patria tan sufrida.
En nuestra adolescencia incierta, siempre voraginosa, turbulenta y precipitada, en esa época vivida en los tiempos anhelados de los 60s, 70s, y 80s, se despertó en muchos de nosotros, algo que traíamos dentro, esas nuestras inquietudes e ímpetus revolucionarios y nuestra visión utopista o pragmática de un futuro mejor para Guatemala. Fuimos actores de una juventud rebelde, vanguardista y revolucionaria, a veces muy nihilistas, más con tintes marcusianos y un final en su utopía. Pero también hombres pensantes de la infamante realidad que nos abrumaba y que aún hoy nos sofoca y hastía. Pero algo muy positivo me dejaron mis temores, mis penas y mis sueños de recopilar mis versos, mis prosas, coplas, trovas y dos nuevas obras, que espero en el nuevo año por fin salgan de la imprenta. Pues mi “oficio de escribiente” lo tengo desde muy joven, cuando muy seguramente algún Duende puñetero me colocó en la cabeza, la mente y el corazón, saber manejar poemas que aunque sin métrica y rima, salen libres y espontáneos, versos sencillos y frescos, sobre algunas mis vivencias siempre emanadas del alma, de mi “vida cotidiana de cotidiano vivir”, revivir con gran nostalgia algunos viejos amores, romanticismos de antaño. Algunas reminiscencias recordando a esos rebeldes, siempre leales amigos, compañeros de escritorio y cercanos familiares de equilibrada conciencia de su opción hacia los pobres, que se fueron a las montañas a realizar su utopía aunque arriesgando la vida y por ello a muchos de ellos se los llevó a la muerte y llegaron hasta el Cielo, donde salió a recibirles ese grande hombre llamado “Jesús El Nazareno”, quien en su estancia en la tierra fue siempre “el primer rebelde”, un valeroso y osado tremendo gran guerrillero, quien llenó toda la historia con su ternura y pobreza, su apego a sus semejantes, ofrendando su bondad y su dulzura, con ilimitado amor y esperanza, cuando por todos los hombres de aquellos tiempos y de todos los tiempos, en algún lugar del Gólgota dio su vida por nosotros en forma muy despiadada, cuando un grupo de pseudo-hombres, bárbaros, crueles e irracionales, con extrema saña le golpearon, torturaron, latigaron y clavado en una cruz se asfixió crucificado.
Algunas reflexiones a ustedes en el año dos mil veintidós, mi mujer Diana, mis hijos, Andrés disponible; Pablo y Javier y sus esposas, “la Gaby” y “la Regis” y mi hija mayor Cristina, mi nieta “la Marce”, nuestro nieto “el pequeño” Tadeo; mi hermano Sergio, mi cuñada Malú y mis sobrinos. Porque la familia son el sostén y guía, porque con ellos he crecido fuertemente en cordura, prudencia y reflexión. Y de cuanto he aprendido y recibido consejo, orientación y sabiduría en mi vida, de quienes he asimilado verdaderas lecciones de vida. Para mis amigos, quienes me han animado y con quienes he compartido en la búsqueda de la excelencia. Y los de mi cofradía, todos aquellos que han reconocido mis victorias pero que también me han apoyado en la derrota.
Para quienes me han sostenido en momentos de temor y angustia, cuando he desmayado y no aguanto la cruz, a todos los que me han inyectado su coraje y bravura; pero en especial a todos aquellos que han tratado que busque más a Dios. Esos amigos con quienes he compartido mi vida y mi historia, a todos mis incondicionales “cuates” de siempre, realizo un acto de fe de mi amistad, mi solidaridad, mi cariño, mi palabra es cálida, humana. fraternal, salida de lo más profundo de mi corazón, porque la emoción de saberlo a mi familia, mis amigos… Que el Niño Jesús les bendiga a ustedes y sus familias en estas fiestas de meditación y que el nuevo año sea en realidad mejor que los pasados.