Emilio Matta Saravia
emiliomattasaravia@gmail.com
Una teocracia, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, es un gobierno que se consideraba ejercido directamente por Dios o la forma de gobierno en que la autoridad política se considera emanada de Dios.
Desde los 80, cuando gobernó Guatemala el dictador Efraín Ríos Montt, comenzó a existir un estrecho vínculo entre las religiones neopentecostales y el gobierno. Para quienes ya teníamos uso de razón, los sermones del domingo en la noche en los que el gobernante de facto señalaba la pantalla increpando: “Usted papá, usted mamá…” fueron parte de nuestro diario vivir. Previo al dictador Ríos Montt, dicho nexo lo tenía la Iglesia Católica. Ambos han sido igual de dañinos para Guatemala.
A lo largo de la historia, las religiones y los gobiernos han tenido una estrecha vinculación, indistintamente del continente, la cultura o el grado de avance de la civilización. Siempre ha sido innegable la influencia divina, en mayor o menor grado, en gobernantes y gobernados. Y esto no es casualidad. Se estima que más del 85% de la población mundial cree en un Ser Supremo, lo que hace a la mayoría de los habitantes del planeta susceptibles de la influencia religiosa en cualquier ámbito, principalmente el político. Vale decir que las peores tiranías en la historia de la humanidad han tenido un trasfondo religioso.
La peor forma de gobierno es la teocracia, en la cual se cree que el poder que ostenta el gobernante viene de un Ser Supremo. Esto implica que las decisiones que pueda tomar el gobernante sean buenas o malas, lógicas o ilógicas, son incuestionables, dada la autoridad moral que otorga el poder religioso.
Por favor, no me malinterprete, estimado lector. Bajo ningún punto de vista digo que profesar una religión sea malo. Al contrario, soy católico practicante y creo que la religión le da a uno lineamientos morales generales para guiar las decisiones que uno toma en su vida.
Pero fue grotesco ver al exdictador Serrano Elías darse baños de moralidad antes y después de irse a tomar su “sopa de cebolla”. No digamos haber escuchado a un asesino sermoneando “Usted papá, usted mamá…”, o ver como el presidente finaliza cada diatriba con un: “Que Dios bendiga a Guatemala”, mientras que su estilo de vida y su desprecio por la familia son totalmente opuestos a lo que expresa cada vez que termina un discurso.
Ahora tenemos una nueva generación de políticos que, instalados en todas las dependencias gubernamentales, buscan a toda costa la aceptación popular sin importarles el uso indebido de la Palabra de Dios. La actual Presidenta del Congreso y la Jefa del Ministerio Público son dos claros ejemplos de que el gobierno y la religión NO se mezclan.