Edith González

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Nací a mediados del siglo XX en la capital, me gradué de maestra y licenciada en educación. He trabajado en la docencia y como promotora cultural, por influencia de mi esposo me gradué de periodista. Escribo desde los años ¨90 temas de la vida diaria. Tengo 2 hijos, me gusta conocer, el pepián, la marimba, y las tradiciones de mi país.

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Edith González

Todos alguna vez, en algún momento hemos perdido algo que apreciábamos. La moneda con la que esperábamos comprar el helado. El autobús que no nos paró y llegamos tarde al trabajo. Nuestro juguete preferido que se rompió. Una clase importante, una fiesta a la que queríamos ir. Nos pedimos la excursión del grupo porque estábamos enfermos, o el acto de graduación porque el carro se descompuso y no llegamos a tiempo.

Pérdidas que nos dolieron en su momento. Y quizás ahora mismo recordamos con mucha tristeza, no habernos atrevido a hablarle a la chica o chico que nos gustaba y bueno, se fue con alguien más.

Pérdidas que nos provocaron malestar, aunque algunas pudimos reemplazar, en su momento o ahora ya mayores. Como comprarme un galón de mi helado favorito sólo para mí. O irme de parranda los fines de semana con mis amigos.

Claro no es lo mismo. Pero en la vida vamos buscando tapar los dolores, las tristezas, tratando de olvidar lo que nos dañó. Alguien que se burlaba de nosotros, unos zapatos horribles que debíamos usar porque eran del uniforme pero nos parecían feísimos. Y ahora compramos los que más nos gustan y los lucimos.

Quizás algunos perdimos a una mascota, un perrito que creció en la casa, un gato que recogimos y cuidamos y un día enfermó o envejeció y ya no está más. Seguro fue un episodio muy triste en nuestra vida.

Pero cuando la pérdida tiene que ver con nuestros padres, hijos, abuelos. La cosa sí que se pone difícil, hace dos meses perdí a Diego Daniel. Soló cerró sus ojos para no volver abrirlos, pese a que más de 5 médicos nos dijeron 24 horas antes que estaba bien de salud. Y mi dolor continúa allí como ese día.

Quiero compartir  una nota que recibí de Sergio Solís Alemán, un lector de Diario La Hora

“Leí hace unos días su columna sobre la pérdida de su hijo y lo lamento mucho.

Yo acabo de perder hace unas semanas a mi madrecita. Vivíamos solos los dos en nuestra casa, pues mis hermanos viven en EE. UU. Ella era mi diario vivir. Ya no la encuentro en la sala viendo televisión o en la cocina o en el baño o en su dormitorio cuando yo regresaba.

Como usted menciona en su artículo de ese entonces, nos dejan un enorme vacío en la casa y en todo sentido. Impotencia, enojo, mucha tristeza es lo que sentimos. No hallamos explicación, aceptación o asimilación de su ausencia. Y como agrega no los oímos ni vemos. Hemos perdido parte grande de nuestra vida.

Pero a pesar de difícil que es vivir sin ellos, creo que están entre nosotros y nos aguardan para que nos reunamos tarde o temprano, y volvernos a ver y estar juntos en la eternidad. Sin embargo aunque nos cueste mucho, yo sé, debemos esforzarnos en seguir adelante tal vez enfocándonos en cosas, acciones, que nuestros seres queridos, ahora ausentes, les hubiera gustado que hiciéramos con el corazón lleno de su amor y el nuestro.”

Entre la pandemia, que ya lleva cobrando más de 18 mil vidas en nuestro país, los accidentes y enfermedades, nos vamos quedando solos, llorando precisamente esas pérdidas que no podemos reemplazar con nada ni nadie y que en algún momento nos van a tocar. Como dice don Sergio. Solidaricémonos con los dolientes y ayudémosles a que su frustración pase y encuentren paz y tranquilidad. Vivamos de manera más responsable nuestra vida y la de nuestros seres queridos porque reemplazos no hay, sólo que queda el dolor la tristeza y soledad.

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