Edmundo Enrique Vásquez Paz

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En Guatemala, el único movimiento político formal que existe con el objetivo del rescate del sistema democrático republicano, el respeto a la voluntad soberana y el desmantelamiento de las prácticas corruptas en el manejo del Gobierno, es el que se ha venido conformando -y creciendo- alrededor de la inicial propuesta política de Semilla como partido político.

Actuar en contra de ese movimiento ciudadano que las circunstancias históricas han hecho que sea abanderado por Semilla y su actual líder, resulta una franca insensatez. Sobre todo, porque resulta en un actuar en contra del único reducto de poder político formal con el cual se puede aspirar el inicio de un proceso pro la restauración de un sistema -el sistema republicano-democrático- que, a la fecha, aunque en nuestro país solamente ha sido una parodia, ha llegado a extremos que exigen una reparación de fondo.

Se trata de una reparación que debe iniciar con el claro reconocimiento de cuál es el poder que le da legitimidad a los gobiernos nacionales y legitima la investidura de las autoridades públicas. Algo que se debe lograr a toda costa. Es solamente el Soberano el que tiene ese poder. Un Soberano que debe reconocerse a sí mismo como entidad que realmente existe y que tiene la auténtica legitimidad para asumir las decisiones sobre su destino. Vía el voto y el consecuente reconocimiento del poder que -en los sistemas democráticos- le otorga la mayoría. Un poder o autoridad que se debe saber ejercer con sabiduría, con respeto a las minorías y con auténtica visión de Estado. Porque no es un poder solamente para unos.

El hecho de que el actual liderazgo de la voluntad soberana lo haya asumido un movimiento constituido alrededor de los principios y los propósitos de un partido político como Semilla y su actual dirección, lo debemos reconocer en Guatemala como un gran privilegio y como un golpe histórico de gran suerte. Suerte, porque se presenta en un momento en que el país se encuentra, literalmente, al borde de reacciones que pueden ser insospechadas; producto de la descomposición y las arbitrariedades que se le deben adscribir al sistema gubernamental reinante y el descarrilamiento moral de las élites.

Cuando decimos que, como país, nos encontramos en “momentos límite” que bien podrían desencadenar en “reacciones con características insospechadas”, no es nuestra intención, alarmar. Tampoco la de preocupar en el sentido lato. De ninguna manera. La intención es la de pre “ocupar”, recordar a los preocupados que la historia es inexorable y siempre se repite (aunque, permanentemente y en cada caso, los matices sean un poco diferentes). Los motines, las insurrecciones, las revueltas, las revoluciones… son fenómenos perfectamente caracterizados y nunca se dan por capricho. Baste pensar en las circunstancias que desencadenaron las gestas pro independencia de los Estados Unidos de Norte América y en qué terminaron; los motivos de El Motín del Bounty (novela de Charles Nordhoff y también de Julio Verne, sobre un hecho real); lo que pasó en el Congo a consecuencia de los abusos del Rey Leopodo de Bélgica; sin olvidar la Revolución Francesa (1789) y muchos otros sustos y saltos históricos memorables.

El insistir en la “actitud heroica” del MP, consistente ésta en impedir la manifestación soberana y el interés legítimo de todo un pueblo esgrimiendo supuestas ilegalidades en la inscripción del partido Semilla (2018) y sin una sola reflexión de tipo político (por ejemplo, en el sentido de que eso es necesario para defender la Democracia), solo puede compararse con situaciones como la que esbozo a continuación:

Era el caso de una liga de equipos de barrio de categoría juvenil. Utilizaban para sus encuentros una cancha que mantenían medianamente limpia y señalizada en el parque de una de las colonias. Un día, surgió a la escena un desarrollador inmobiliario que, argumentando que le habían vendido ese terreno (que era comunal), anunció que la cancha se cerraría, que era propiedad privada y que allí se construiría qué sé yo.

De entre los equipos afectados, se plantó uno que tenía varios integrantes algo letrados (concurrían a la escuela normal de la localidad), que externó que eso no era posible que fuera legal y que ellos podrían iniciar una defensa. A ese grupo, se sumaron muchos de los integrantes de los otros equipos e iniciaron en conjunto una prometedora batalla legal… Su causa era la misma: ¡mantener la integridad de la cancha que les permitía jugar entre ellos y gozar de la satisfacción de disputar campeonatos para ver quién de ellos era el mejor en cada temporada!

Y llegó un día, infortunado, en el que la autoridad que debía decidir sobre el caso, argumentando que en el equipo que estaba liderando la causa había varios jugadores que excedían la edad estipulada para ser considerados de categoría juvenil… (¿), amenazó con cancelar el caso y darle la razón al desarrollador indecente… Cuentan que, después de esto, hubo actos de violencia en esos barrios que, hasta ese momento, desconocían la utilidad del vandalismo como instrumento de acción comunitaria. 

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