Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

La aparición de “encuestas” que presentan las tendencias y preferencias políticas de nuestra sociedad ante eventos como el de las próximas elecciones generales que se celebrarán este año, despiertan inquietudes de diversa índole. Algo que es natural y sano. Aunque, en muchos casos, sea para despertar posiciones críticas que deberían ayudar a esclarecer el panorama.

El tema ha sido abordado internacionalmente por muchos y se han divulgado ideas interesantes. A mí, personalmente, me inquieta conocer sobre el caso particular de Guatemala.

Me pregunto cómo logran los encuestadores obtener resultados que digan algo consistente cuando, por ejemplo, se tiene a los encuestados ante la necesidad de que se pronuncien sobre uno de los 28 partidos actualmente “conocidos”…

Siendo que muchas de esas organizaciones, se identifican con siglas difíciles de descifrar incluso para personas realmente relacionadas con el tema, ¿en base a qué se puede esperar que los encuestados se manifiesten o inclinen por alguna de ellas? ¿A partir del conocimiento cierto de qué (será el de las correspondientes “ideologías”, será el de los programas de gobierno –que, aún, ningún partido, respetuoso de la actual normativa electoral, ha presentado–, será por el peso y la calidad de las “personalidades que los integran,…?).

Otro asunto que me inquieta: ¿cuál fue el tenor de las preguntas concretas que les plantearon a los encuestados para medir cuestiones como su grado de satisfacción con respecto al desempeño de determinados funcionarios? ¿Cómo midieron el grado de conocimiento o popularidad de los diferentes candidatos, –habrá sido por sus nombres, por sus apodos, por sus fotos–?

Considero que todo lo anterior -y mucho más- debería ser divulgado de manera comprensible y clara para todos los que deseen “leer” el resultado y la validez de cada una de las encuestas. Debería ser material disponible para que todos podamos discutir alrededor de ello y nos podamos formar una idea u opinión fundada y seria. Falta saber, en cada caso, quién financió la encuesta; y poder inferir los intereses que puedan estar detrás de los resultados de cada una de ellas.

Transcribo, a continuación, algunas ideas y expresiones relacionadas con la temática. Proceden de personas que de manera seria se han aproximado a la temática; esto es: sin sesgos ideológicos si no que, con razones provenientes de la psicología social, del marketing, de experiencias concretas de encuestas acertadas o fallidas y, por supuesto, de la política –como la diciplina que estudia las relaciones de poder y eventuales estrategias y argucias que se pueden dar…–. Estrategias y argucias que no nos deberían “pillar desprevenidos”.

En un artículo publicado en CIPER 15 años, Daniel Jara, 2017, apuntaba: “Las encuestas políticas se basan en el supuesto de que las sociedades tienen algo que puede llamarse “opinión pública” y que ellas, a través de instrumentos de medición, permiten acceder a ese objeto”. Menciona que ya Pierre Bourdien, en 1979, había expresado “una crítica que erosiona la base misma que justifica la práctica de la encuesta” al cuestionar que exista aquello que ella dice medir (“la opinión pública”) y que, el conocerlo y difundirlo, fuera un insumo relevante para el sistema democrático.

En el sentido de lo anterior, Jara se pregunta: “¿no es la encuesta un instrumento performático, es decir: que transforma o incide en aquello que dice describir? Las encuestas tienen un efecto en aquello que describen y esto se relaciona con su capacidad de manipulación”.

Y continúa: “Los enfoques más críticos plantean que las encuestas producen [entre sus consumidores] la ilusión de un consenso, lo que permitiría la “gestión” de la opinión pública o la transformación de la masa o la sociedad civil en una opinión pública conocible, externa, objetiva y domesticada”.

Estos apuntes son, a mi criterio, lo suficientemente importantes como para inducir a una reflexión seria –aunque solamente inicial– sobre el tema. Sobre todo, cuando se sabe que la proliferación de las encuestas obedece a las demandas de la industria del marketing político; un negocio que se le encarga a expertos que han aprendido a manipular a las masas sin importar mucho con el empleo de qué instrumentos lo logren.

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