Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

Nuccio Ordine, el connotado pensador italiano, en su ensayo titulado “La Utilidad de lo Inútil” (2013) reflexiona sobre el fenómeno del generalizado no reconocimiento social del beneficio de una infinidad de actos y saberes humanos por el simple hecho de no redituar económicamente. Constatarlo, resulta fácil. Baste con observar cómo, en momentos de crisis, los estados, sin mayor empacho ni reclamos que se los impida, recortan presupuestos para cultura, para deporte y hasta para educación; y constatar las frecuentes expresiones de menosprecio a faenas intelectuales como el cultivo de la poesía y el estudio de la historia y hasta a la existencia de los viejos –con su cúmulo de experiencias vitales y huellas del inconsciente cultural–. Explicarlo, no es tan sencillo. Sobre todo, si lo que se busca es una fórmula simple; de fácil comprensión y acceso para muchos.

Ernst Gombrich, el gran historiador de arte austríaco (1909-2001), inicia el texto de su imponente obra “La historia del Arte” (1950) con el siguiente lacónico enunciado: “No existe, realmente, el Arte. Tan solo hay artistas”. Él comprende que el gran protagonista es el hombre que, independiente de cualquier moda, tendencia o escuela, es capaz de sentir y articular para otros.

Ordine se refiere a actos y saberes. Gombrich, al hombre. Como protagonista de los primeros, es éste el que interesa. El artista.

Hace pocas semanas, tuve una experiencia que deseo comunicar. Se dio en el contexto de un evento que se llevó a cabo en conmemoración de los 100 años del nacimiento del notable maestro de la plástica, nuestro connacional Dagoberto Vásquez Castañeda (1922-1999). Artífice él de innumerables obras de arte –tanto en la pintura como en el grabado, en el muralismo y en la escultura– que ilustran en sitios importantes en nuestro país –como el Centro Cívico, en la Ciudad de Guatemala– y ocupan lugares de mérito en museos y colecciones de arte en el extranjero.

En el Conversatorio en referencia, me encontré con algunos apuntes que me parecen de gran valor para explicar la existencia de saberes que, ajenos a cualquier finalidad utilitarista, nos ayudan a ser mejores. Lo entiendo como la preocupación de Ordine, reducida al espacio del artista –así como lo entiende Gombrich– en una fórmula que la hace extrapolable a cualquier actividad creativa. Desde la plástica hasta la filosofía y la ciencia. No puedo dejar escapar esta oportunidad para compartirlo.

Fueron Max Leiva y Erwin Guillermo, discípulos del Maestro Vásquez y participantes en el Conversatorio, quienes, con sus puntuales aportes, hicieron ver con claridad ciertos pequeños y grandes detalles. Básicos, aunque rara vez explicitados de manera tan elocuente. Ayudan a comprender con mayor claridad la función esencial de los artistas en la sociedad, en la forja de las culturas y en la búsqueda del Buen-Vivir. Es así como yo lo comprendí.

Sin ser crítico de arte ni nada semejante, entiendo al artista como el ser con la habilidad de percibir más allá de lo común y mundano; con la sensibilidad para ser afectado por ello; con el don de transmitir esas sensaciones a otros; … y con manera para impactarlos.

Para el artista, todo empieza con el saber ver y el saber sentir más allá de lo que es común y ordinario. Aprender a ver, a escuchar y comprender perfeccionando su don connatural de hacerlo.

Max Leiva y Erwin Guillermo describieron lo anterior como la experiencia que les fue dada con el Maestro Vásquez cuando los confrontó –a cada uno en diferente momento y ante distinto objeto– con la apreciación del color de una superficie dada. No se conformó el Maestro con escuchar de ellos, como descripción de su color, un simple y triste: “es blanco”, “es negro”. Cuando les manifestó su insatisfacción con semejantes juicios, ellos miraron al Maestro con sorpresa, como preguntándose si un artista así de consumado, como él, no era capaz de ver cosa tan evidente para cualquier mortal como una pared… ¡blanca!, un fondo… ¡negro!… así de simple.

Les hizo ver el Maestro cómo, al mirar con atención y abiertos a las sensaciones, esos monótonos colores, esas aburridas superficies, podían surgir ante sus espíritus pletóricas de matices y tonalidades ricas, imperceptibles para la mayoría. Y lo aprendieron para siempre.

Ver más. Ver distinto. Ver con la mente y con los sentimientos la totalidad del mundo y su entorno. Nuevos volúmenes. Nuevas relaciones. Nuevos puntos de vista y aspectos antes escondidos. Y nuevos efectos sobre el alma.

Para un ánima de artista –ejemplificó uno de ellos– un poste roto en la acera de una calle, no necesariamente es un obstáculo incómodo que hay que sortear o una chatarra que hay que evacuar del camino. Quizá evoque tristeza en él –por la indiferencia que nota en los vecinos–; cólera –por el abandono institucional que ve–; rabia –por sentirse impotente ante un espectáculo que ve repetido en cada esquina–; vergüenza –por sentirse él parte de una sociedad ausente de su realidad y despreocupada de su futuro–; desamparo –por reconocer que no puede recurrir a nadie para evitarlo–.

Su capacidad de transformar lo sentido en un mensaje que trascienda y llegue a los otros, es función y devoción del artista. El artista maneja un algo con lo que transforma; porque impacta.

Una sociedad necesita de esos hombres singulares con ojos diferentes para poder atisbar las realidades escondidas y reaccionar ante ellas. Y así, conocerse más y mejor a sí misma. Son sus poetas, sus pintores y sus hombres de ciencia los que pueden descubrir y sacar a luz lo que la puede hacer prosperar. Ordine dice, con gran sabiduría: “Considero útil todo aquello que nos ayuda a ser mejores”. Una expresión también lapidaria, que cierra el círculo de la relación virtuosa entre el artista y el bien; entre lo aparentemente inútil y su utilidad.

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[Yo, para mis adentros, no dejo de pensar en la necesidad de tener artistas entre nosotros para inducirnos a ver las desigualdades y la falta de justicia, como sujetos de ser entendidos y abordados socialmente. Y para transmitir alegría y paz, cuando se trate de logros y éxitos que nos deban llenar de orgullo y de gozo].

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