Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

En Guatemala, nos interesa contar con movimientos políticos que sean consistentes y se lleguen a consolidar como partidos que representen los intereses y la voluntad de amplios grupos de ciudadanos. Es, seguramente, la única manera de romper con muchas de las mañas que nos tienen entrampados en un sistema que no permite el verdadero desarrollo nacional.

La esgrimida definición de la Democracia con la sentencia de “una persona, un voto” y la deducción de que los menjurjes resultantes de esos procedimientos son las “decisiones democráticas que representan el sentir y la voluntad de la mayoría que participa en tales rituales”, es un tremendo engaño.

Es un engaño disfrazado con un traje pletórico de guarismos. Números parciales, tendencias regionales, porcentajes y otros que esconden una gran mentira. Mentira, porque asegura que la suma de los gustos, las inclinaciones y las necesidades de la mayoría de las personas que llegaron a votar, -cada una por separado y solo en representación de sí misma y sus particulares visiones-, representa, automáticamente, la posición mayoritaria del conjunto de los individuos que llegaron ese día a participar de la “fiesta nacional”.

La expresión de las auténticas necesidades de una población (como conglomerado) no es imaginable como la suma de los votos individuales; connotado, cada uno, por su personal preferencia. Los particulares llegan a ejercer su derecho al voto amparados, cada uno, por el complejo de todas sus necesidades, sus temores, sus esperanzas y sus ambiciones; pero al margen del necesario ejercicio grupal orientado a distinguir lo que más le conviene al grupo que pertenecen por afinidad de intereses y necesidades (el sindicato X, la gremial de empresarios Y, los periodistas, etc.) y, por ende y como derivado, le beneficia a cada uno. Es fácil imaginar cómo uno se puede encontrar con un individuo confundido en términos de identificar lo que realmente necesita. Más difícil es encontrarse uno con un grupo que, por propia y auténtica reflexión, no esté distinguiendo de manera acertada sus auténticas necesidades.

Los movimientos políticos -y, ¡mejor aún!, si se han transformado ya en partidos serios y auténticos- son las organizaciones de las que se puede esperar que articulen de manera fidedigna no solo las necesidades que auténticamente comparten sus integrantes si no que, también, su visión sobre cómo resolverlas.

En Guatemala necesitamos de una democracia de partidos políticos y no de votantes sueltos, dispersos, sin sentido de pertenencia a ninguna aspiración grupal. Necesitamos de varios partidos políticos que, de manera honesta, articulen las necesidades y las visiones de sus integrantes. Solamente de esta manera podemos imaginar la constitución de un Soberano. Una voluntad nacional surgida de la existencia de grupos amplios y organizados, con actitud de búsqueda de soluciones de beneficio nacional. Una voluntad que, por lo mismo, sea expresión del poder suficiente para velar porque sus gobiernos actúen como mandantes de su voluntad.

Como el punto principal parece ser la calidad de esos partidos políticos, bien merece la pena detenerse un momento a reflexionar sobre su consistencia.

Como en el caso de cualquier organización que se precie de seria y pretenda subsistir en el tiempo para trabajar en el alcance de sus objetivos, el momento clave de los partidos políticos está en el de su constitución. Esto obliga a mencionar varios aspectos que resultan relevantes y que, para el caso de su formalización ante el Registro Electoral, es importante tener resueltos y, de ninguna manera, dejarlos para última hora, entendiéndolos solo como una formalidad a cumplir.

El primero de ellos se refiere a la necesidad de que el grupo núcleo que constituye el movimiento o partido se entienda, desde un principio como “grupo” y no como nube periférica girando alrededor de un personaje con pretensiones de ser el eje, el dueño y el artífice de la organización. Esto es importante que no sea así desde un principio. Es claro que siempre serán personas en lo particular las que se encarguen de las diferentes tareas que habrá de desarrollarse, pero el sentimiento grupal debe prevalecer sobre cualquier cosa.

Para evitar confusiones y eventuales problemas posteriores, es de vital importancia saber definir entre todos tanto el Objetivo principal que se persigue con el movimiento ya operando como las Ideas Fundacionales que se comparten entre todos los fundadores. Ambas son cuestiones fundamentales que deben estar claras entre todos y gozar de acuerdo común. Constituyen lo que son las ideas básicas que le dan sentido al actuar unidos. Son las ideas alrededor de las cuales se buscará que otras personas se sumen y el movimiento tenga más fuerza. Es un asunto que se torna más claro cuando se compara con la fundación de una sociedad con fines lucrativos. Es algo que no es trivial; y es recomendable que quede por escrito.

Las ideas fundacionales son aquellas creencias que se comparten y se consideran no negociables. En muchas ocasiones, se esconden (intencionalmente) bajo la forma simplista y peligrosa de solamente enunciar la casilla a la que se dice pertenecer (socialistas, se dicen unos; auténticos liberales, se dicen otros; …).

Las ideas fundacionales constituyen una especie de “credo” destinado a inspirar el accionar grupal y su forma de operar en el momento en que tengan la posibilidad de ejercer o compartir el ejercicio del poder público y son las ideas concretas alrededor de las cuales el movimiento o partido deberá accionar de manera consecuente. Son asuntos que es básico tener acordados y resueltos desde el principio para evitar conflictos entre los miembros en los momentos en que la acción del grupo organizado demande la realización de acciones que puedan obedecer a visiones distintas. Un ejemplo de ello podría ser el relacionado con la función que se piense que debe asumir el Estado (por intermedio del Gobierno) en temas como los de la Salud y la Educación. Algunos piensan que debe ser responsabilidad de cada persona el agenciárselas (la salud y la educación propia y la de sus familias) y que aquél que no lo puede hacer, es por su culpa y ¡que se joda! ¡El Estado no debe dar de regalado a nadie!

Otros tienen una visión muy distinta. Piensan que los recursos de los que dispone el Gobierno son los recursos del Estado, es decir: los recursos que son de todos los ciudadanos y que, por ello, argumentar que se estarían regalando, es un desatino. Destinarlos a esos fines no sería “regalarlos” a ningún ajeno si no que invertirlos en sus dueños. Y, también piensan que debe ser interés del Estado (esto es: de todos los que lo integran) contar con ciudadanos sanos y educados para beneficio de toda la nación y sus posibilidades de competir con éxito en el concierto de las naciones.

No es correcto tratar de ocultar las ideas fundacionales detrás de “confesiones” ideológicas como: “somos un movimiento socialista”, “somos social-cristianos”, “somos auténticos liberales”, … que no dicen nada -sobre todo en países con bajos conocimientos de ciencias políticas- y, mucho menos en expresiones tan absurdas y desfasadas como “izquierda”, “derecha”, “centro” y todas las permutaciones que se le pueden ocurrir a los malabaristas del engaño político.

El “no ocultar” debería aplicar tanto al interno de los movimientos o partidos como en su articulación hacia afuera, cuando se trate de ganar adeptos o seguidores. El “encasillar” o “etiquetar” es una práctica común que no contribuye a las construcciones sanas en pueblos con escasa cultura política.

Por lo anterior, bien se puede recomendar a la ciudadanía alejarse y ver con recelo a los que tratan de engatusar anunciándose o vendiéndose con etiquetas que solamente los versados manejan y distinguen. Lo que la ciudadanía demanda son movimientos o partidos que sepan decir sin temor ni medias tintas qué son y qué pretenden. Hoy por hoy, por ejemplo, a los que levantan la justa consigna de la “anticorrupción”, habría que preguntarles por sus recetas concretas. Pienso que ya estamos hartos de caer de tontos creyendo que se van a asumir propuestas como la de echar al bote a todos los corruptos, sin mayor detalle y hasta sugiriendo tendencias de ilegalidad … Esas promesas de “fusilar a todos” acreditando el carácter para hacerlo ostentando galones y ceños fruncidos, ya lo hemos vivido (¡no es un invento!). ¿No será momento de reflexionar y aprender? ¿Y de preguntarle a los actores que prometen en vano y, así, ponerlos en evidencia?

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