Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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La temperatura mundial sigue bajando en los últimos días. Así nos lo dice la prensa que no insiste demasiado en otros parámetros gélidos que vive la humanidad a causa de déficit en áreas que nos expone a sufrimientos iguales o peores al del tema ambiental. Podría referirme a las guerras, pero va más allá de ello sin que su resultado sea menor.

Hablo, por ejemplo, del frío de los que carecen de afecto. Los niños no atendidos, privados de abrazos y besos. Pienso también en los negados de reconocimiento, la población ignorada o invisibilizada, en los que han perdido la mínima dignidad de la mirada. Ese frío que corroe e invade las fibras íntimas que condicionan la vida.

Se congelan los que tienen hambre, los desempleados y los migrantes. Los caminantes en ciudades desconocidas sin saber qué hacer. Esos que por su color son rechazados, los apestosos que huelen mal y son evitados. La población zombi, incapaz de recalar, muere en las calles dando fe de los trastornos internos de nuestra indiferencia.

Los vientos soplan intensos para los enfermos en los hospitales, los que solicitan diligencia en las habitaciones de cuidado, en los corredores y en la sala de espera. Hay olor de muerte por falta de medicina, por incapacidad de empatía de los burócratas. Al dolor físico se agrega el sufrimiento de ser vistos como número, carga o estorbo en un espacio indolente.

Cambio climático por todas partes, en las iglesias gestadas por administradores de empresas que no por pastores. En el lugar privilegiado para Dios, en su casa, el lugar por excelencia de adoración. Se congelan las almas por la prédica sosa, por el ridículo de los profetas en los púlpitos, convertidos ahora en «Youtubers» siempre presurosos y puntuales en TikTok.

No hay calor en los canales de noticia que ceden a los patrocinadores, gobernados por los anuncios, las agendas y la ideología. Falta el fuego de la veracidad, la información responsable que exprese amor a la comunidad. De ese modo, el espíritu queda frágil, expuesto intelectualmente a los buitres que aprovechan lo endémico para doblegar el carácter.

Privados de lo básico quedan las drogas, los ansiolíticos, las pastillas para dormir. Sucedáneos útiles para el calor y la sobrevivencia. Así van muchos en su témpano interno, así va el desempleado, el explotado y el marginado. Así va la mujer golpeada, el niño en los semáforos, los que van a las aulas sin profesor ni cuaderno.

Conseguir un mundo mejor es tarea de todos. Renunciar a la aceptación resignada del fracaso desde su normalización. Ser agentes en la recuperación de lo humano. Proponer una vida interior que sea la base de una ética responsable del otro. No hay otro camino que el de la ternura con los que ahora habitan en los polos de la sociedad.

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