¡Oh avaricia! ¿qué más puedes hacer,
que así te has apropiado de mi sangre
que ni te cuidas de tu propia carne?

Dante Alighieri

Eduardo Blandón

La mesura creo que nunca ha sido lo nuestro. Es un hecho. La historia cuenta con suficiente evidencia de ese apetito sin límite en el que exponemos nuestro carácter. La inclinación por el exceso en detrimento de gestos mínimos de generosidad con los demás. Lo propio ha sido siempre acaparar, a veces por miedo, como muestra de poder, o quizá por impulso irracional sin que medie la voluntad.

Más allá de la doctrina cristiana que condena esa desproporción (me encanta la cita del catecismo en el numeral 1866 que dice que lo malo no es desear, sino cuando “con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece o es debido a otra persona”) es evidente que en el plano secular se rechaza esa conducta egoísta.

Thomas Piketty, por ejemplo, desde hace mucho tiempo ha defendido la idea de que la acumulación de capital desmedido es inmoral porque impide el crecimiento y condena al subdesarrollo a la población. El que haya más millonarios no ha evitado la reducción de la pobreza, según la profecía de los defensores del capitalismo. El francés propone que los milmillonarios paguen un 90% de impuestos sobre su patrimonio.  ¿Por qué esa cifra y no otra?, le preguntaron en una entrevista. Respondió:

“Un 90% a quien tenga 1,000 millones de euros significa que le quedarán 100 millones de euros. Con 100 millones todavía uno puede tener un cierto número de proyectos en la vida. El objetivo es regresar a un nivel de concentración de la fortuna que era más o menos el de los años sesenta, setenta u ochenta en Estados Unidos y en Europa. Mi enfoque es empírico. Lo que queremos evitar es la sedimentación. Mark Zuckerberg tuvo una buena idea a los 25 años. Pero, ¿esto justifica que a los 50 o 70 años continúe decidiéndolo todo sobre una red social mundial?”.

Fuera de la audacia de la recomendación del intelectual que, por otro lado argumenta razonablemente en sus voluminosos libros, subyace su convicción moral del mal que supone la desmesura a la que nos hemos referido al inicio. En esto coincide con los comunitaristas que fundan su posición en la naturaleza política -social- que debe prevalecer sobre el interés arbitrario individual. Porque incluso las rentas y la propiedad tienen orígenes sociales, reconoce el economista. Y agrega: “No lo inventamos todo nosotros solos. Desde el momento en que uno obtiene altos ingresos, se ha beneficiado de muchas otras personas”.

Lo anterior no significa, sin embargo, que la avidez sea exclusiva de los millonarios o los empresarios como deja entrever el viejo Catecismo Católico (La cita es elocuente: “Hay […] comerciantes […] que desean la escasez y la carestía de las mercancías, y no soportan que otros, además de ellos, compren y vendan, porque ellos podrían comprar más barato y vender más caro; también pecan aquellos que desean que sus semejantes estén en la miseria para ellos enriquecerse comprando y vendiendo […]. También hay médicos que desean que haya enfermos; y abogados que anhelan causas y procesos numerosos y sustanciosos…”.  No olvidemos que la “Casta meretrix” tampoco ha sido demasiado ejemplar en el tema.  Quizá debamos ser menos maniqueístas y asumir lo que nos corresponde.

Artículo anteriorNiño bajo el sol
Artículo siguienteSeguimos viviendo en el pasado