Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Uno estaría tentado a decir que los demonios andan sueltos en el país, pero luego me recuerdo que nunca han estado en permanente reposo. Lo nuestro son las convulsiones constantes generadas por la actividad febril de los movidos por el dinero y la codicia. Lo novedoso quizá sean los actores, que al generalizarse la corrupción y el ambiente malsano, crece cuantitativamente en la población.

Es impropio generalizar, sin embargo a veces se tiende a creer que la picardía ha tocado nuestras fibras. Efectivamente los pícaros parecen multiplicarse porque uno los adivina donde menos se lo imagina. Quiero decir, antes se sabía que la corrupción reinaba entre los policías, los políticos y los jueces, con contadas dignas excepciones, pero hoy los ve también entre los médicos, los arquitectos, ingenieros, los profesores y, asústese, también entre curas y pastores.

Alguno me ha dicho que la corrupción que ahora está a ojos vistas siempre ha existido, “lo que sucede hoy se debe al acceso masivo de la información gracias a la tecnología”, me explicó un amigo.  No deja de tener razón, aunque suelo insistir en que los latrocinios del pasado estaban concentrados en los que manejaban el cotarro en las altas esferas del poder: los Borgias, los Romanov y los Borbones, por ejemplo.
Cierto, había excepciones, como los grupos delincuenciales asociados a la mafia. Pero era eso, un fenómeno no convencional revisitado aún hoy por la literatura que no deja de observar con fascinación sus códigos morales, modos de operación y estructura. Los Alcapones eran más bien raros.  Todo lo contrario con lo que sucede ahora.

La percepción generalizada es que con la tecnología, que ha favorecido la información, se ha multiplicado el hampa.  Y claro, no lo sentiríamos demasiado si viviéramos en otros contextos, en Suecia, Finlandia, Alemania o Reino Unido, pero entre nosotros es demasiado doloroso.  Está a la vista: desnutrición, pobreza, desempleo y servicios básicos sin posibilidades de acceso.

Mientras la población muere de hambre o en las puertas de los hospitales, los corruptos llenan sus arcas, en busca ya no solo de garantizar su futuro, sino el de las propias generaciones.  ¿Y qué decir del sentido de la vergüenza?  Nunca como hoy ha habido tanto inescrupuloso y sujetos con exceso de bajeza moral. La mayor parte, de cuello blanco, semi ilustrados y hasta con suficiente formación cristiana.

Son delincuentes que viven en permanente contradicción, desbordados por la avidez del poder y el dinero.  Su religiosidad ridícula la exponen con sus posiciones homófobas y doble discurso moral.  Estos sujetos, ¡qué miserables que son!, no conocen sino el expolio, el odio y la violencia, aderezado con un rostro angélico y dulce.  Son la escoria de la humanidad… y están por todas partes.

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