Douglas Gonzalez

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Politólogo, egresado de la USAC y la UCJC. Librepensador. Experiencia en políticas públicas, procesos de diálogo y comunicación política. Una mejor Guatemala es posible y necesaria.

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La X legislatura inició su período con una clara disyuntiva, estar a favor de la agenda del nuevo Gobierno o estar en contra.

Luego de una larga y tortuosa transición de mando en donde la voluntad del pueblo expresada en las urnas tuvo varios intentos de ser desconocida, incluso el mismo día de la toma de posesión, los diputados electos formaron dos grandes alineaciones.

Por un lado, quienes decidieron desmarcarse del régimen anterior dirigido por Alejandro Giammattei y forjarse su propio destino político. Por el otro, quienes decidieron aferrarse al antiguo régimen y defender desde la trinchera las posiciones de poder alcanzadas en los últimos 4 años, 6 incluso.

La primera alineación estimó que la mejor opción para iniciar su emancipación política era acuerpar la coalición de apoyo al Gobierno de Bernardo Arévalo y llevar a Samuel Pérez a la presidencia del Congreso. Claro, el proceso de desmarque de la vieja guardia política tampoco descartaba algunas negociaciones por espacios de poder con el partido de Gobierno.

De lado de los defensores del ancien régime, su apuesta fue atrincherarse a la espera de capitalizar errores no forzados del partido oficial y de los miembros de la coalición oficialista. Claro, no están solos en este esfuerzo y para apuntalar sus objetivos políticos como bloque de oposición han contado con una solícita Corte de Constitucionalidad que les ha concedido cuanto deseo le han pedido para castrar al Movimiento Semilla y colocarle una bola negra a su líder, Samuel Pérez.

Así corre la partida dentro del Congreso y esta dinámica ha producido un fenómeno poco visto con anterioridad. Los acuerdos son frágiles y difíciles de alcanzar, la coalición muestra dudas en temas sustantivos y las iniciativas personales de miembros de diferentes bancadas (incluso dentro de una misma bancada) son contradictorias entre sí y pueden llegar a percibirse como improvisadas.

Una conclusión simple sería que los diputados de esta legislatura, al menos la mayoría, se quedaron de pronto sin dueños ni patrones y que, sin un patrocinador visible, una directriz externa, ni un Ejecutivo que activamente promueva una agenda, los motores que tradicionalmente impulsan la legislación en el Congreso están apagados o a medio vapor.

La verdad es que, quien estaba llamado a ser el referente de liderazgo en el Congreso, Samuel Pérez, ha sido blanco de un asedio judicial y mediático como no se veía desde los años 80.

También es verdad, que el combativo Movimiento Semilla e incluso el mismo rebelde Samuel, que vimos en la oposición y en la campaña han languidecido.

Una conclusión más amplia es que al no existir un liderazgo claro dentro del Congreso de la República, ni un Ejecutivo que marque el paso, la agenda de reformas políticas y económicas que demanda el país también irán perdiendo momentum, o bien serán acotadas a cambios parciales.

Lo cierto es que vivimos un momento político particular de modorra y cálculo político exagerado. Los posicionamientos se desdibujan, los actores se decoloran y el carácter cede ante una incomprendida “madurez”, que dicha por quien fue electo por su rebeldía no le hace sino daño a su esencia.

Se acabó la Semana Santa y, con ella, el tiempo de reflexionar. Es momento de actuar.

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