Danilo Santos

dalekos.santos@gmail.com

Politólogo a contrapelo, aprendiz de las letras, la ternura y lo imposible. Barrioporteño dedicado desde hace 31 años a las causas indígenas, campesinas, populares y de defensa de los derechos humanos. Decidido constructor de otra Guatemala posible.

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“Prejuzgar consiste en establecer conclusiones antes de poseer un conocimiento cabal o fundado del asunto que se juzga, y en mantenerlas además obstinadamente frente a posibles pruebas en contra”.

El primer elemento del prejuicio es la precipitación, el segundo la “anti razón”, y el tercero es una manifestación psicológica de rechazo.  El auténtico prejuicio aflora cuando la estructura de creencias que se tiene es cerrada, conservadora, y en consecuencia la concepción del mundo es pequeña y obturada.  El prejuicio sirve para conservar los intereses individuales y de grupo, por eso la ferocidad en mantenerlos.

Los prejuiciosos economizan neuronas porque no se dan a la tarea de entender su entorno y a los demás, normalmente tienen una misma respuesta para todo, y claro, en dicha respuesta la razón es propiedad de ellos, de nadie más. Se comportan de manera fundamentalista y echan la culpa a los demás de sus propios desmanes.

Los prejuiciosos son gente “simple”, desabrida y sin recursos, sin creatividad, pero con mucho pragmatismo, es decir, el para ellos el fin justifica los medios.  Entonces ¡oh! paradoja, conocen pobremente la realidad, pero el prejuicio les facilita su manejo. Actúan con dolo y apegados a un cinismo y egoísmo brutales.

El conocimiento es un lujo peligroso, porque el prejuicioso sabe “todo de todo”, y conocer en realidad puede cambiar todo su mundo, por lo que no hay que esforzarse en comprender o razonar.  El prejuicioso es un sabiondo de pacotilla, que, si además tiene poder, impone su ignorancia de manera violenta sin ningún apego al daño que pueda causar.

Los prejuiciosos tienen vocación de jueces y verdugos, son adictos a ver la paja en el ojo ajeno, inmediatamente atribuye rasgos “híper” negativos al adversario para “justificar” la hostilidad hacia él.  Al final, vencido el oponente, la aparente hostilidad se transforma en magnánima justicia imperiosa. Es decir, es hipócrita.

Sin embargo, lo que realmente alimenta al prejuicioso, su obstinación, abuso, control y hostilidad, es la legitimación de sus privilegios o sus delirios.

La farándula política guatemalteca, en todo su espectro, está plagada de prejuiciosos con poder, al igual que las élites de todo tipo, en todas las “sectas” que compiten por poder y dinero. Cuidarse de esos prejuiciosos con poder es vital, aunque no compartir la razón del poderoso prejuicioso resulte incómodo para nosotros, nos ponga en la mira, nos haga molestos y rebeldes.

Para sobrevivir en una sociedad dominada por los prejuicios con poder es necesario no compartir los prejuicios del poderoso, no ser parte de las opiniones “sabias”, “fuertes”, “correctas” que gozan de aceptación popular o prevalecen en lo políticamente correcto.  No compartir los prejuicios del poderoso nos acerca al hambre quizás, pero también nos acerca a la dignidad.

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