Claudia Virginia Samayoa

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Claudia Virginia Samayoa

Hay momentos en que los acontecimientos públicos hacen recordar las frases de la infancia como parte de las lecciones ancestrales de la humanidad que no terminamos de aprender. En mi caso los eventos de Afganistán me hicieron pensar en aquella que dice “Cría cuervos y te sacarán los ojos”.

Con mi trabajo como defensora de derechos humanos tengo muchas oportunidades de compartir con mujeres afganas perseguidas por su incasable labor por la defensa del derecho a la educación, el trabajo y la participación. En varios foros públicos, coincidimos en advertir que los altos niveles de corrupción imperantes en sociedades como las nuestras debe ser combatida más decididamente desde la comunidad internacional, más allá de Convenciones contra la Corrupción o medidas superficiales de autocomplacencia.

Hoy el mundo se pregunta escandalizado cómo pudo desbaratarse un gobierno, su ejército y su fuerza policial en la que se había invertido trillones de dólares. Mi primera reacción fue, no siendo experta y solo habiendo estado atenta a las voces de personas defensoras de derechos humanos afganas, yo sabía que la corrupción había crecido en las últimas décadas y que la llamada ‘institucionalidad’ no existía. Las redes económicas-políticas ilícitas que dominan la acción pública en el Triángulo Norte de Centro América y los países del centro de Asia, no tienen lealtades, no tienen vergüenza; solo tienen un interés: enriquecerse. Resultado, son castillos de naipes.

Pero ojo, estas redes han crecido libres destruyendo las democracias incipientes postguerra fría y los sueños de libertad e igualdad de los pueblos con la complicidad de la comunidad internacional expresada en cooperación de estado, apoyo militar, control financiero, negocios, comercio internacional y otras formas de apoyo financiero, técnico y humanitario.

Lo que ocurre en nuestros países es resultado del apoyo continuado a ejércitos en medio de escándalos de narcotráfico, robo de dinero, creación de plazas fantasma, duplicación de gastos y violaciones de derechos humanos en nombre de la seguridad nacional. El de invocar el fortalecimiento de un presunto estado de derecho para justificar el apoyo a un Ministerio Público que socava la autonomía fiscal y ataca a quienes luchan contra la impunidad. O de negociaciones con grupos fundamentalistas, empresas explotadoras y bancos lavadores de dinero viendo para el otro lado cuando envían a la quiebra países, destruyen recursos naturales y asesinan en nombre de un desarrollo ficticio.

Para muestra, el apoyo al golpe de estado en Honduras del 2019 bajo el argumento que era importante proteger a la región de una incursión venezolana. Resultado: el actual narco gobierno, el aumento casi en un 300% de las muertes violentas y de la migración en nuestro vecino país.

Otro elemento común es que las voces de quienes defienden derechos humanos no solo construyen alternativas, fortalecen desde el trabajo de hormiga y acompañan a cada víctima de hambre, enfermedad o injusticia que pueden sino también se convierten en voces de denuncia que alertan sobre esas corrientes profundas de la corrupción que no son aparentes a simple vista.

Las voces que manifiestan y que al unirse muchas, bloquean, son gritos para que se cambie el rumbo. Las voces de personas defensoras de derechos humanos no tienen que demostrar nada, como pide el Cardenal Ramazzini, solo alertar que están criando cuervos y que, tarde o temprano, le quitarán los ojos a quienes ven solo sus intereses.

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