Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

El viernes 14 de mayo, un muchacho de 18 años, se encasquetó un uniforme militar, metió en el auto que tenía a su disposición un poderoso rifle de asalto, le adosó una cámara que registrara los objetivos sobre los cuales iba a disparar, manejó unos 350 kilómetros desde el lugar de donde partió hacia la ciudad de Búfalo, llegó a un centro comercial y mató a diez personas dejando heridas a otra más. Luego de ser capturado por la policía después de cometer semejante infamia, se declaró inocente.

Al igual que todos los que cometen asesinatos desde homicidios hasta genocidios y vinculan estos hechos a razones políticas, Payton S. Gendron, ese adolescente lleno de odio, se considera libre de culpa y probablemente está convencido de que hizo un bien además de plantar un manifiesto con los asesinatos atroces que cometió. Escogió a Búfalo como escenario de su crimen, porque esa ciudad tiene una alta población afrodescendiente.

De hecho, según dicen las noticias, Payton escribió un texto de 180 páginas en donde deja en claro las razones por las cuales hizo lo que hizo. Un texto de 180 páginas -como académico y profesor de posgrado lo digo-, bien podría ser una loable tesis de maestría. De hecho he leído y dictaminado tesis de doctorado que tienen similar extensión. Y el largo manifiesto tiene una fuente de inspiración que por cierto no conozco ni he leído. Se trata de un libro escrito por un escritor francés, Renaud Camus, que lleva por título “El gran reemplazo” (2011).

Según dicen las noticias, la tesis de Camus se basa en una paranoica teoría de la conspiración según la cual habría un plan diseñado por las élites mundiales (¿No son blancas las élites mundiales?) para cambiar de color a las naciones blancas. La migración negra, parda o amarilla unida a las bajas tasas de fertilidad y reproducción de las poblaciones blancas, terminarán volviendo negras, amarillas o pardas a naciones que antaño eran blancas. Lo/as blanco/as serán reemplazados.

Cabe decir que el temor a una recomposición étnica puede tener como fundamento un libro como el de Camus (2011) que no es sino reflejo de una paranoia racista y neofascista acaso sin rigor académico. Pero un respetable teórico de la geopolítica imperialista estadounidense como Samuel Huntington, en su libro “El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial” (1996), también planteó similares temores a los de Camus.

Como lo ha aseverado Enzo Traverzo, a diferencia del fascismo clásico que se sustentaba en un imperialismo expansionista, el neofascismo se inspira en un racismo que sostiene a un chauvinismo de carácter defensivo. No se trata de que Alemania conquiste su “espacio vital” como lo soñaba Hitler, o que Italia vuelva a ser la “Roma imperial” como también lo soñaba Mussolini, sino que negros, pardos y amarillos “no invadan a la patria” y cambien “su esencia”.

La crisis neoliberal mundial que expulsa a grandes contingentes de población del sur y los envía al norte, esa misma crisis que ha precarizado laboral y salarialmente a las poblaciones originales de los países centrales, alimentan hoy el neofascismo sustentado en el racismo y el chauvinismo. En julio de 2011 en Noruega, un neofascista de nombre Andres Breivik, mató a ocho personas con un coche bomba y luego mató a otros 69 adolescentes e hirió a otras 100 personas que acampaban en la isla de Utoya. Al igual que Gendron, Breivik no se sintió culpable porque era islamófobo y odiaba que Europa “se volviera multicultural”.

En marzo de 2019, Brenton Tarrant un neofascista neozelandés también instaló una cámara en su fusil y mató a 51 musulmanes en dos mezquitas en la localidad de Cristhchurch. En agosto de ese mismo año, otro racista y neofascista blanco, Patrick Wood Crusius, viajó 10 horas en auto desde Dallas (Texas) y mató a 22 personas e hirió a otras 24 en un centro comercial de El Paso. La mayor parte de las víctimas eran mexicanas o de origen mexicano. Wood aceptó ser el atacante y justificó su crimen diciendo que luchaba contra la invasión de mexicanos a Estados Unidos.

¿Invasión? Esa es la lógica que ha instalado en millones de estadounidenses Donald J. Trump quien fácilmente puede retornar a la Casa Blanca en 2024. Es lo que dice Greg Abbott, el actual gobernador de Texas, cuando amenaza con invadir a México para responder a “la invasión” de migrantes mexicanos, centroamericanos y caribeños amontonados en la frontera norte de México. Moraleja: los crímenes cometidos por los sociópatas de Noruega y Estados Unidos, no son actos de lunáticos sino están enraizados en la lógica neofascista que hoy inunda al mundo. La crisis neoliberal y la paranoia racista, chauvinista y xenofóbica que le acompaña, es algo consustancial al capitalismo que hoy vivimos.

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