Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

post author

Por: Adrián Zapata

La llegada de la Tormenta Julia a nuestro país es una buena oportunidad para reflexionar sobre estos fenómenos naturales, que a veces de manera equivocada algunos llaman “desastres naturales”.

El lenguaje no es neutro. Tiene un sustrato ideológico que suele pasar desapercibido, a veces tan sutil que, sin ser conscientes de ello, provoca un fuerte impacto en nuestras conciencias.

Por ejemplo, la publicidad de un conocido medio internacional de noticias afirma, palabras más, palabras menos, que “objetividad” es afirmar que un vaso está a la mitad y no decir que está “medio vacío” o “medio lleno”. Sin embargo, esta “objetividad” tiene como propósito privilegiar lo estático en la explicación de la realidad, en lugar de entenderla como un proceso dinámico y cambiante.

Por eso, hablar de “desastres naturales” es echarle la culpa a la naturaleza de lo que ocurre en una comunidad, un país o el mundo entero, cuando sucede un determinado fenómeno meteorológico. El huracán Julia, venido a tormenta tropical cuando ingresó a Guatemala, es un claro ejemplo de esta situación. Pero también lo es el “cambio climático”. Son las prácticas humanas, sociales, no individuales, las que deben emerger como responsables de lo que ocurre en nuestro planeta. El falso ambientalismo que oculta las responsabilidades sistémicas en la destrucción de la naturaleza no sólo es perverso, sino que además provoca culpabilidades ficticias y responsabilidades individuales de orden superficial. Es así como ingenuamente se cae en la trampa de pensar que asumiendo tales responsabilidades y respondiendo a ellas de esa manera es como se protege el ambiente, ocultando que es el capitalismo voraz y extractivista lo que provoca, en lo fundamental, el deterioro ambiental y el innegable cambio climático que ahora experimentamos.

Hago estas consideraciones en ocasión de los efectos sociales que reiteradamente sufrimos en Guatemala cuando sucede un huracán o una tormenta tropical. Los huracanes cumplen una función virtuosa en el planeta, ya que son reguladores del clima y estabilizadores de la temperatura a nivel global. Son procesos naturales.

Pero las vulnerabilidades que socialmente tenemos ante la ocurrencia de estos fenómenos son la verdadera explicación de lo que sucede. Por consiguiente, son ellas las que hay que superar para minimizar sustancialmente los efectos dramáticos que conocemos.

Cada vez que recurrentemente las desgracias de la población afectada por huracanes son noticias que acaparan la atención de los medios y provocan los demagógicos shows gubernamentales en la reacción a las mismas, es una oportunidad para intentar desnudar las verdaderas causas de esas desgracias. Y esto va, desde la incapacidad de quienes gobiernan y la corrupción que subyace, hasta las condiciones estructurales que provocan y mantienen la pobreza, el atraso y la exclusión de la inmensa mayoría de afectados: los pobladores de los territorios rurales.

Por eso, las respuestas reactivas y coyunturales si bien son indispensables, no resuelven las vulnerabilidades. El camino para superarlas debería ser la implementación de la Política Nacional de Desarrollo Rural Integral (PNDRI), producto aún incumplido de los acuerdos de paz.

Artículo anteriorQue la Revolución de Octubre ilumine nuestro futuro
Artículo siguienteLa iniciativa 6141 de Ley de Adquisiciones del Estado y la Infraestructura