Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

Quienes nos habíamos ilusionado con la aprobación de la nueva constitución chilena, el contundente rechazo que arrojó el plebiscito nos llena de cierta frustración. Este resultado debe ser analizado con madurez y ponderación, tanto por las izquierdas como por los conservadores.

Los segundos están saltando de alegría porque afirman que se ha derrotado el proyecto político que encabeza el presidente Boric y pretenden utilizar ese resultado electoral como un argumento que descalifique la necesidad de cambios estructurales en el continente. Este entusiasmo los puede encandilar al extremo que no sepan leer el descontento generalizado de los pueblos con el modelo hegemónico neoliberal que produjo tanta concentración de riqueza y profundas desigualdades sociales. Ellos tienden a olvidar las movilizaciones masivas que se dieron en Chile y otros países de América Latina donde los pueblos expresaron su rechazo y hartazgo ante dicho modelo y sus efectos. Si persisten en esta apreciación y, a partir de esta equivocación intentan mantener las condiciones estructurales que generan desigualdad, pobreza y exclusión, le estarán echando leña al fuego de la inconformidad popular, la cual terminará rebalsando los límites institucionales para transformar la realidad.

Los primeros, es decir las izquierdas, tienen muchísimo más que aprender. La pluralidad que las caracteriza obliga a los sectores más radicales, con todo y la razón histórica y contemporánea que justifica esa radicalidad, a ceder, en aras de mantener la correlación de fuerzas sociales y políticas que haga posible el impulso del contenido programático que los llevó al poder. No hace falta renunciar al mismo, pero sí comprender la gradualidad que tal tarea histórica requiere.

A mi juicio, el resultado del plebiscito es una derrota política para las izquierdas, no sólo para los radicales. ¡No pudieron ponerse de acuerdo! Ese es el hecho concreto, más allá de las cuotas de responsabilidad que le corresponda a cada actor.

Ahora bien, la salida que le están dando los chilenos a esta derrota, especialmente el presidente Boric, puede ser la salvación de las izquierdas, su fortalecimiento y, consecuentemente, la profundización de la derrota de las derechas más reaccionarias. Rescatar el proceso de reforma constitucional es el reto estratégico que enfrentan. Este rescate puede ser una oportunidad “reformista» para Chile, en la medida en que se amplíe la convergencia para consumar la derrota del modelo neoliberal. Las condiciones prevalecientes a nivel mundial no dan para más, pero también son suficientes para impulsar, con convicción, la gradualidad programática de las transformaciones, de acuerdo a la correlación de fuerzas sociales y políticas que se vaya construyendo.

Y lo anterior pasa, necesariamente, porque el gobierno de Boris no ceje en su empeño por impulsar una gestión que se inspire en los planteamientos programáticos que lo llevaron al poder. Los cambios que ha hecho apresuradamente en su gabinete de mayor confianza van por ese camino, a pesar de los sacrificios que ello implica.

Los sectores de la izquierda social demócrata que fueron parte de los impulsores del NO en el plebiscito y ahora acceden a cuotas de poder gubernamental (ya estuvieron allí en el proceso de transición a la democracia) tienen la disyuntiva de reclamar con legitimidad la gradualidad que las transformaciones requieren para ser viables o bien plegarse oportunistas y servilmente a la pretensión de las derechas de parar el tren de la transformación de Chile, el cual ya circula en todo el continente.

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