Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

Varios medios internacionales señalan lo sucedido el pasado fin de semana en Chile como un terremoto político, con referencia a las elecciones llevadas a cabo. El causante de ese fenómeno telúrico/político fueron los “ismos”.

Comencemos por referir el contexto, antes de aclarar los términos utilizados y definir los efectos trascendentales de tal acontecimiento electoral.

Hace unos meses los chilenos en un plebiscito decidieron cambiar su pacto social, la Constitución. A pesar de los años transcurridos desde la vuelta a la democracia, seguía vigente la promulgada en tiempos de Pinochet, donde se impuso la visión neoliberal a partir de shock que se provocó con la caída de Allende y la entronización de la dictadura militar. Ahora, meses después, han elegido a la Constituyente que formulará su nueva Carta Magna. La explosión social que se dio en el año 2019, interrumpida por la pandemia, tuvo como resultado esta salida política que puede expresar las aspiraciones populares y redefinir su pacto social a partir de distanciarse del modelo neoliberal que produjo los dramáticos efectos que provocaron las masivas movilizaciones referidas. Esta salida política es afortunada porque permite un camino democrático e institucional para transformar el modelo. La explosión social no produjo el caos, ni salidas autoritarias.

Es importante señalar que se eligió no sólo a la Constituyente, sino a Gobernadores y autoridades municipales.

Los resultados electorales significaron una derrota contundente de la derecha, reconocida explícitamente por el propio presidente Sebastián Piñera. Las fuerzas políticas tradicionales, de derecha y de izquierda, están entre los grandes derrotados. Los extremismos también fueron marginados en el resultado electoral. Sin embargo, es muy interesante que, en ese contexto, el Partido Comunista haya ganado la comuna de Santiago.

Hubo un nuevo actor político que irrumpió como el gran ganador en el evento electoral. Me refiero a los “ismos”, con liderazgos sorprendentemente jóvenes y amplia participación femenina, expresiones de lucha que se producen alrededor de temas específicos, como los derechos de la mujer, de los pueblos indígenas, del ambiente, de los territorios, etc. Ellos y la izquierda moderada han ganado el espacio político chileno.

La Constituyente electa negociará el nuevo pacto social chileno. El pasado parece haber quedo atrás. Un joven dirigente político dijo: “El neoliberalismo ha muerto y no tenemos tiempo para el sepelio”. La consigna es avanzar hacia un nuevo modelo que recupere la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la exclusión, que impulse un crecimiento económico inclusivo y, lo que es de alta prioridad en esa transformación, la participación política.

Este terremoto chileno es afortunado porque al mismo tiempo que demuele el agotado modelo de los partidos políticos tradicionales, construye un innovador puente entre la política y la ciudadanía. Habrá de surgir un nuevo modelo de partidos.

Las formas de mediación entre la población y el poder en una democracia representativa deberán transformarse. La multiplicidad de luchas, en gran medida dispersas, converge en la conquista del poder político para transformar la oprobiosa realidad prevaleciente. Este fenómeno novedoso parece ser el rescate del régimen democrático, no el fantasma inventado por las derechas latinoamericanas, encabezadas por Uribe en Colombia, que han denominado con pánico “revolución molecular disipada”, expresión con la cual sustituyen a los fantasmas invocados anteriormente del comunismo, populismo, castro chavismo…

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