Edith González

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Nací a mediados del siglo XX en la capital, me gradué de maestra y licenciada en educación. He trabajado en la docencia y como promotora cultural, por influencia de mi esposo me gradué de periodista. Escribo desde los años ¨90 temas de la vida diaria. Tengo 2 hijos, me gusta conocer, el pepián, la marimba, y las tradiciones de mi país.

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Edith González

La pandemia no ha pasado.  Las restricciones no han sido levantadas, pero actuamos como si todo estuviera normal.  Estamos olvidando que aún  tenemos presente en la vida diaria, en cualquier lugar adonde vayamos, un virus que  puede ser letal.

El director del Hospital Roosevelt  reportó que tuvo que cerrar una dependencia completa, informática,  porque todos los empleados estaban contagiados.  Aunque    seguramente el virus  no les llegó a través de las computadoras.  Y posiblemente tampoco a través de los  pacientes, con los que no tendrían por qué tener contacto.

Seguramente alguno o algunos de los empleados de esa dependencia lo adquirió en una fiesta, una reunión de amigos, el bar, la cafetería, el parque, gimnasio o el súper, y la falta de precauciones  provocó que todos terminaran contagiados. Porque es difícil creer que  personal  que no está en contacto con  pacientes, pueda haber adquirido el virus  en el nosocomio,  por transmisión  de pacientes infectados.

Eso nos hace pensar que  en dicho hospital no se  están siguiendo las medidas de bioseguridad instituidas por la OMS, que no existe vigilancia hospitalaria, para el personal y seguramente tampoco para  los pacientes.

Es preciso que las autoridades retomen su papel y vigilen y hagan vigilar que las normas se cumplan para evitar estos contagios que luego de allí son trasladados a las familias y vecinos y la cadena no se detiene. Retomar las medidas de bioseguridad de manera drástica, la vigilancia y ante todo la concientización al personal sobre la situación, es muy necesario, especialmente en un hospital nacional.

Claro, lo fácil es decir que el personal se contagia por los enfermos que llegan,  no por la irresponsabilidad del personal  y poca atención de la dirección.

Como  fácil  es decir que los policías son corruptos, porque  en toque de queda una pareja retorna a su casa, fuera de la hora permitida,  en un vehículo cuyo conductor está alcoholizado, y no porta la tarjeta de circulación. Pero pobres porque no habían salido en mucho tiempo, no recordaban el toque de queda y ya estaban a solo dos kilómetros de su casa.

Y por supuesto “los malos policías”  les indican que deben conducir al conductor ante juez competente. ¡ Ah ¡ pero entonces la   respetable y honesta   pareja les entrega   dinero para que eso no ocurra. Y por supuesto “ los malos policías lo toman y dejan ir a la pareja  que ha debido sufrir  ese horrible calvario por culpa de  los policías corruptos. No porque ellos infringieran las leyes y además  entregaron un soborno, que los hace culpables porque como dice el dicho “hechor y consentidor pecan por igual”.

Y claro  la  mujer  no dudó en responder que pensar en la idea de ver a su pareja  en la carceleta la inquietó. “¿Con qué gente estaría ahí?”, se preguntó

Bueno yo creo que con personas que como ellos violan las leyes.

El joven  pensó en que no quería “manchar” sus antecedentes, perder tiempo en la carceleta y considera que le salió más barato el soborno que enfrentar un proceso.   Ahora  dicen sentir miedo cuando ven una patrulla.

Quizás deberíamos preguntarnos  si los  patrulleros  no  temen también al ver a personas que  infringen la ley y luego la compran para evitarse la cárcel, los antecedentes y siguen su vida como ciudadanos honestos temiendo a los delincuentes,  siendo ellos  pobres víctimas.

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