Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Guatemala vive en simultáneo, una crisis política y social. En realidad, deberíamos de preguntarnos si somos y hemos configurado una cultura antidemocrática y, por consiguiente, nuestra vida pública y privada, los acontecimientos que en ella se dan, no son más que reflejos de ello. Una respuesta aceptable a eso, necesita de analizar el fenómeno social moral.

Partamos de que lo que mueve el accionar de un gobierno, a cada pueblo, sus grupos humanos y hasta cada individuo, es una moral propia; es decir, una suma de intuiciones, tradiciones y postulados, referente a cosas de moral. Pero en ello, la moralidad con que actúan personas y grupos amalgama con muchos elementos inmorales: la inercia política y social esgrimida por muchos y la limitación que ello provoca; los prejuicios humanos; el afán de las riquezas y del poder a toda costa y la falta de estimación propia, son los que determinan en buena parte, el límite de lo moral. 

La moral (como praxis) en el sentido de ser determinada por intuiciones, tradiciones y postulados; aprendidos, aceptados y puestos en práctica por ciertos individuos o pueblos, es cambiable. En cambio, su mandato (su marco teórico) no cambia fácilmente. Y ante eso, se suele decir que no hay una praxis moral que valga para todos los tiempos y para todos los hombres. Si eso fuera verdad, no habría ética, no habría Constituciones, ni leyes con afán democrático. La historia, se dice, nos enseña que el concepto de lo que es la moral cambia y no es así: se afina. Acá un error que puede entenderse y corregirse, al comparar la moral con la ciencia y dentro de esta, la verdad física puede bien servir de ejemplo. 

La verdad física de explicación de muchos hechos naturales cambia con el tiempo y el avance del conocimiento. Antes se decía que la Tierra era plana, válida creencia para la mayoría de hombres de aquellos tiempos y esto cambió al cambiar los conceptos físicos. El hecho de que el hombre que nos antecedió, haya errado en los problemas de la física en este tema, no invalida la existencia de una verdad sobre la tierra y su posición en este terreno, en aquellos tiempos, y aquellas personas. Eso es valioso puesto que fueron las concepciones defectuosas e incluso el conocimiento incompleto de las relaciones físicas, lo que fue generando una constante aproximación a la verdad de la Tierra y eso sucede con muchos hechos científicos: por muy distantes que podamos estar de una verdad nos aproximamos a ella. Este razonamiento es aplicable también al dominio de la moral. 

Así como en lo físico podemos oponer una verdad física a las verdades mal conocidas, a las opiniones y tradiciones sobre lo que puede ser la verdad; así también frente a las diferentes opiniones o modalidades que la moral tiene como hecho histórico, podemos oponerle criterios actuales, más democráticos, más universales y cualesquiera que sean las desviaciones que nuestra moral tenga en el presente, calificarla con esos marcos teóricos. 

Con respecto al comportamiento de la moralidad hay un hecho incuestionable, a saber: que hay algo que aspira al calificativo de moral y son los cumplimientos de la ley. Al no actuar como ciudadanos -sea por la razón que sea que esgrimamos- contra un mal cumplimiento que se da a la ley y al mandato constitucional (tal como la constitución nos manda) y dejar que otros violen principios establecidos, estamos abriendo el espacio para que la moralidad sea selectiva, falle y convierta en verdad posibilidades inmorales. Esa actitud pasiva nos hace actores y responsables de que ello no solo se dé, sino que persista, convirtiéndonos también en actores contra la moral. No solo atenta contra la moral el que roba, también el que lo permite y tolera.

 

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