Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Creo que en ninguna práctica humana, científica y técnica hay tanta contradicción, como en la medicina. El pensamiento salubrista, históricamente ha observado que mientras se erradican algunas enfermedades, luego aparecen otras y a la par cambia su importancia. Hay otro hecho científico histórico, bien documentado ya, y es que el aparecimiento y la evolución de las enfermedades, recibe la influencia de numerosos factores determinantes, la mayoría creados por el comportamiento social; la mayoría susceptible de control y erradicación con medidas suficientes y adecuadas de intervención pública, que muchas veces está más allá del hacer de las oficinas nacionales de salud pública. Pero parece ser también cierto, que la mayoría de ciudadanos se conforman con aceptar que las enfermedades van y vienen por razones misteriosas o de costumbre. Malthus en 1803 ya lo sabía y no paraba en decir a los funcionarios públicos de aquel entonces que “no dudaba en lo más mínimo, de que si la vacunación acabase con la viruela, descubriríamos alguna diferencia muy perceptible en mortalidad incrementada, debida a alguna otra enfermedad”.

Una gran parte de las dificultades, riesgos y determinantes de salud del guatemalteco, están relacionadas y entrelazadas con la tensión de la vida diaria que afecta a muchos; de las relaciones familiares y laborales tensas y por preocupaciones por seguridad, trabajo y dinero.

Creo que el nuevo gobierno debe ir más allá de tratar enfermedad o enfermedades y de enfermos solo de un grupo o grupos de la población; debe profundizar en explicaciones a fin de entender y atender el proceso que configura ese desbalance entre salud-enfermedad; esas resistencias políticas y sociales que impiden a la mayoría la salud plena y cuyas fuerzas maléficas, bailan alrededor del sistema de salud que tenemos, pero que alimentan en realidad la enfermedad. Son los ciclos externos: la forma en que estructuramos, hacemos uso y tenemos acceso a lo social y natural, los que configuran y precipitan un mal o buen accionar interno: los procesos metabólicos, hormonales, inmunes, los ciclos de crecimiento, reproducción desarrollo y envejecimiento y nuestras energías emocionales mentales y físicas.

Una forma acertada para principiar el cambio, podría ser modificar el pensamiento en cuanto a salud-enfermedad. Pensar en un discurso político que establezca que: ”la mayoría de los habitantes de estas tierras sean sanos el mayor tiempo de su vida y que sólo se enfermen de vez en cuando”. Esta es una idea que envuelve tanto la prevención como la atención a la enfermedad. Pero esta idea resultará falsa y en un fracaso, si no hay manifestaciones de atención y cambio público, de un modo impecable, en lo externo social, ambiental y político, en lo que respecta al aspecto moral y jurídico, que actúa como factor determinante y predisponente de la enfermedad. La cantidad de injusticias que se cometen de continuo sobre la población en lo social y ambiental por el sector público y unos cuantos privilegiados, es de verdad terrible y en su mayor parte permanece sin corregir y sin castigar y por consiguiente, alimenta constantemente la enfermedad. Claro que habrá que comenzar con restar lo malo y casi nadie está dispuesto a ello y a terminar con el amparo a las violaciones de los derechos humanos.

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