Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Nos juntamos en una pequeña cafetería situada en el centro, en una calle ruidosa. Aquel amigo ya no era joven; al principio me sorprendió su vejez pero cuando empezó a hablar con tanta precisión todo cambió.

Jóvenes y niños con ancianos son como corderos y lobo, que hoy más que nunca, podemos entendernos –principió diciendo. Pero en la vida de cada uno, en su obra y en su palabra, hay una filosofía distinta salida de las profundidades de su corazón y alma. La de los jóvenes va acorde a la vida que vislumbran y quieren, la de los ancianos pertenece a su historia.

El corazón joven ha variado de un querer conquistar, a un absorber todo lo que le envían; a un poseer y disfrutar. Ha pasado del esfuerzo y el sufrimiento, al desear y aliviar el placer. Le interese el ahorita, ni siquiera el hoy. Se satisface buscando mover lo más rápido posible lo que ve y oye, lo que toca con sus dedos. Deglute imágenes y decires y saberes, a una velocidad y cantidades, que su cerebro no logra procesar ni comprender. Poseer no imaginar es lo que busca y si no logra llenarse, sufre. Lo que le interesa del tiempo es la aceleración, pues no necesita retarse para recrearse, ya que no conquista. Acumula entonces sensaciones, no ideas, no necesita formar la idea y hacerla vivir y que dé vuelta y dance, sino que su meta es llenar su memoria de sensaciones; es un ser sensible y lleno de sensaciones que pasan de largo por su frontal razonamiento, para dar paso a la pasión, a la danza de los instintos.

Cada minuto entonces, reduce a cenizas al que ha pasado; no le interesa construir sobre él, razón por la que no le interesa la historia, pero tampoco el futuro y por consiguiente vivir para renovar. A la larga su espacio y su tiempo se reúnen en lo instantáneo y novedoso, en un movimiento repetitivo de actuar y percibir, dejando su alma atada al abismo de lo mismo pero novedoso. El esfuerzo humano lo han olvidado, el reto humano sepultado entre millones de instantáneas, restándole a cada uno su verdadero valor.

Es entonces que me pregunto si aún tiene valor el buscar y decir “Yo soy” en un mundo que obliga a la homogeneidad de gustos, placeres e intereses; a rutinas innecesarias y sueños irrealizables más allá de meterse, enterarse y admirarse de lo que el mundo comercial dicta, ahorrándose lo que realmente su cerebro exige de ellos. La vida se ha vuelto para ellos una lotería caprichosa e ingobernable, en que los dictados de afuera se apoderan de su alma y dominan sus sentidos y torna la mente extraordinariamente incapaz esclavizándoles a un mundo exterior instintivo.

Mi amigo terminó aseverándome: Lo que sí tenemos en común lobos y corderos, es en que somos un ejército de ociosos e insensibles ante los problemas de la vida y hemos dejado de ser activos compañeros, abandonando la lucha por la sociedad. Pareciera que con nuestra inactividad, nos resistimos a la felicidad, sin ansias por lo justo y equitativo; pareciéramos drogados. La vida es real solo cuando somos y hemos dejado de ser, cubriéndonos de decepción e ignorancia. Al despedirnos concluyó con un: somos cosa grande lobos y corderos, pero no sé hacia dónde nos va a llevar nuestra ilimitada admiración de ello.

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