Alfonso Mata
Entre los grupos que conforman nuestra sociedad, las distancias de toda índole y naturaleza, háblese de lo educativo, social o económico, siempre han sido enormes y debido a la ineficiencia del político y la sociedad para resolver sobre ello, bien cabe calzarnos a todos el dicho que dice que lo que abunda repite y daña. De tal manera que no extraña oír salir de boca de las generaciones jóvenes: a mí la política no me importa, ni me daña, ni me favorece; o de las viejas “aquellos sí que eran buenos tiempos”, a sabiendas de que en estas tierras, nunca han existido buenos tiempos. Decires y sentires de lo más absurdo, que nos ha conducido siempre a la pasividad y reactividad ante los problemas nacionales. La simultaneidad en esas creencias suma y desemboca en lo mismo: no hacer nada, más allá de emitir un voto.
Ese hacer de conciencia política sin responsabilidad ciudadana, a cualquiera le revela la existencia de un futuro caótico para resolver en pro del bienestar general. Esos sentires y decires generacionales, se ven acompañados de los sentires y ambiciones propios de los que tienen el poder, llámense políticos, industriales, comerciantes, religiosos o militares, que rechazan el pensamiento social, así este provenga de religiones o principios de derecho humano. De tal manera que, aun dentro de la sociedad, él que se expresa con términos sociales, es tildado de comunista y alborotador, que a gusto de los grupos de poder y la sociedad, boicotean contra un sistema que funciona bien y a tal punto que, directa e indirectamente, a todos se nos pide boca cerrada y pleno conformismo. En cuestiones de reflexión, no vale hacerse el gallito.
Así que ni políticos ni pobladores podemos presumir, de hecho y derecho, ser hombres y mujeres ciudadanos y en el fondo de nuestra alma, eso no nos importa. Lo peor de todo, en cada proceso electoral, una y otra vez ser baboseados ni nos importa, ni nos avergüenza, ni nos preocupa pagar los platos rotos, pues por generaciones, creando costumbre, hemos caído en el ridículo de ser explotados.
Afortunadamente para no caer en depresión, contamos con una válvula de escape. A la mayoría de guatemaltecos, nos gusta burlarnos de los que detectan el poder, especialmente para olvidarnos y restarle importancia a la humillación a que esos grupos nos someten y hemos hecho de esta una manera de vivir; la forma menos dolorosa y comprometida para combatir injusticias e inequidades que nos aquejan a diario. A diario las buenas gentes reímos para no llorar y poder tolerar la corrupción y vandalismo de los grupos poderosos y ante los despojos que eso significa, nos conformamos y consolamos ridiculizando al que se nos pone enfrente y los que no lo hacemos, aceptamos todo como “la voluntad de Dios”.
De tal manera que nuestra tradición política y social, está alimentada por la ignorancia y temor y conserva desde centurias, costumbres y fidelidades, lo que mantiene a los grupos humanos de la sociedad diferenciados en privilegios, acceso a bienes y recursos, a la función pública y la justicia, manteniendo así desde la colonia, la estabilidad establecida del estamento de la sociedad y repudiando cualquier amenaza a ello, a todo lo que huele y habla de renovación y cambio, habiendo hecho de los procesos electorales, poderosos bastiones contra cualquier tipo de insurrección.
Ante la situación mostrada que vivimos, bien calza como recapitulación el decir del marqués de Croix, virrey de México en el siglo XVIII: “Pues después de una vez para lo venidero deben saber los súbitos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.