Alfonso Mata
La tesis está muy clara: la guerra por la equidad ha cambiado, pues las razones también.
Pareciera que Dios, quien muchos consideran que maneja los destinos de los pueblos aún los de la lucha, se ha olvidado de Guatemala. Ya solo le brinda la sonrisa del día, dejando que la vida cotidiana de los ciudadanos se desarrolle, bajo un gesto trágico de triunfo, llenado con un cementerio lleno de cruces de inequidades e injusticias y en que todo hacer político sobrevuela, sembrando por doquier la muerte de la oportunidad, la honestidad y lo correcto. En ese estado de cosas, la obsesión reivindicadora parece haberse aferrado al olvido y lo más seguro es que Dios se cansó de ver la tolerancia e indiferencia del pueblo y optó por un “mientras no parieres, nunca te faltará este mal de agora”.
La tesis es muy clara: boga triunfal desde hace más de cinco décadas en la cabeza de los ciudadanos, una abundancia de argumentos que más que generar un cambio, opta por mantener una situación; argumentos que no tienen un fundamento de guerra de la ciudadanía contra un Estado que la oprime. Esa gloriosa epopeya emprendida por otras generaciones ya hace tiempo, pertenece a la historia. Esa guerra tan dura, tan prolongada, tan calumniada, pero a su vez llena de cadáveres, ya no converge de ejemplo para una ciudadanía que, pensando solo en salvar el pellejo, mejor se mantiene en silencio.
Claro que la forma del problema ha cambiado. En aquellas épocas, era un tirano la única síntesis completa del problema, la acción persecutoria se centraba sobre él y se centraba todo el ardor de la población hacia él, fácil cosa de entender y enderezar la lucha y toda la defensa era también única y encauzaba todo el esfuerzo a un uno contra uno. Pero desde hace ya mucho tiempo, desde que se firmó dizque una paz, que más que todo fue de cansancio, la tiranía ha engendrado tiranías. El monstruo ha reproducido varias cabezas: se democratizó la tiranía. En esas condiciones, una guerra contra injusticias, inequidad, corrupción, no puede ser ejercida ni por un personaje ni hacia un personaje. En esta guerra ya no es válido un Arévalo, un estudiantado, un grupo social, para vencer a un Jorge Ubico, un Estrada Cabrera o un Rafael Carrera. Ya no es época de caudillos guerreros, sino épocas en que es toda una ciudadanía, la que debe unirse en una lucha contra varios males. El temor puede arrendar; pero el temor lo único que causa es un pecado, un pecado llamado tolerancia a desigualdad e inequidad. Así que una sola autoridad, un solo Caudillo entusiasta, pudiera convencer a unos pocos correligionarios que piensen como él de la licitud moral de una campaña contra alguna de las tiranías actuales pero una vez reconocida, esa autorizada voz de un grupo se diluye, pues es ver los árboles, pero no el bosque. Aquí es donde nos perdemos, son diez pelones los que subyugan y diez los que tratan de quitarlos. El resto, nos lanzamos a matarnos unos contra otros por una moneda.
No hay necesidad de extenderse más entre las diferencias de antaño y hoy. No obstante, las semejanzas de la lucha son las mismas. Administrar justicia donde todo es violencia e injusticia; quitar las cadenas de inequidades sociales y económicas; evitar el robo de nuestras riquezas; sembrar un comercio y un saber y salud libre de privilegios, acrecentar en la mayoría sus aptitudes para una vida digna. Eso lo pregonaron los grandes hombres de nuestra historia desde la colonización. Y entonces la resolución de esa tiranía democrática, no es cuestión de un voto; es del orgullo por el propio país que significa un trabajo de y a favor de la soberanía en cada uno, bajo el principio de que la ley somos nosotros, pero eso solo es posible, si también somos sus genuinos defensores.