Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

post author

Alfonso Mata

Es evidente que las desigualdades dentro de nuestra Nación, se dan en todo y generalmente suman en los mismos individuos: habitantes de áreas rurales, de grupos étnicos autóctonos, seguido de habitantes de áreas marginales de las principales ciudades. También está claro que dista mucho de haber igualdad de oportunidades: las perspectivas de vida de los hijos de padres ricos y bien educados, son mucho mejores que las de los hijos de padres pobres y menos educados. Explicaciones de ello hay varias, pero una de las que más me choca, es la de algunos economistas y científicos sociales, que justifican esas situaciones, argumentando como válido, la teoría que se conoce como teoría de la producción marginal, que al final lo que indica es que los ingresos de los individuos, corresponden a sus contribuciones sociales y quien califica esas contribuciones de valor, son irónicamente los que se benefician de esa situación.

Si por un momento nos detenemos alrededor de nuestro mundo, veremos que los que han generado cambios a través de las invenciones, transformaciones, descubrimientos, no se encuentran entre los más ricos y entre estos, hay muchos que obtuvieron su dinero de la explotación del poder de mercado que tiene la ciencia, transacciones mal habidas y/o conexiones políticas, con establecimiento de privilegios.

¿Qué observamos como resultado de una política económica de desigualdad? En primer lugar, que entre los más pobres (90%) el ingreso promedio de las personas se ha estancado, aunque lo ajustemos por inflación y al otro lado lo insólito, el ingreso promedio del 2% más alto se ha probablemente triplicado en el sentido más optimista. No se haga bolas señor columnista me diría usted: el pobre es más pobre y el rico es más rico ¡exactamente! patrón que se observa probablemente en todos los países Latinoamericanos. Entonces en términos económicos en la distribución del ingreso de aumento del PIB, es claro que suceden fenómenos que hay que analizar especialmente tres: una mayor parte del ingreso va a la parte superior de los que más ganan, más personas viven en la pobreza y ha habido una evisceración de la clase media: el ingreso medio se ha estancado y se necesita de mayor esfuerzo para obtener lo mismo (dos o más trabajos, menos prestaciones sociales).

Y acá viene la lección que no queremos aprender: la desigualdad es una elección. Si los políticos y gobernantes de nuestro país, hubieran seguido políticas económicas diferentes, habría habido resultados diferentes.

Hay otra desigualdad que suma y pesa dentro de la desigualdad económica y es la de justicia y en ello se dan dos situaciones: no solo es el acceso sino en la forma privilegiada en que esta se dicta. Y la tercera, que prende la mecha a las otras dos, es la desigualdad política, la falta de voz dentro de un proceso que al sumar con injusticia, crea toda una fuente de inseguridades de toda naturaleza y un modo de vida si formulado, lleva a un individualismo a ultranza, como única posibilidad de evitar un naufragio mayor en otras desigualdades como son salud, educación, desarrollo de potenciales y de oportunidades.

Debemos pues estar claros: o producimos un cambio en estas perturbadoras dinámicas, que definitivamente no vendrá a través de nuestro sistema político, pero sospecho que solo después de que haya una mayor conciencia de lo que ha estado sucediendo, una conciencia de que los extremos de la desigualdad no son ni económica ni moralmente justificables, se podrá hacer algo. Las Iglesias y la organización social deben ser las defensoras de los pobres y los sin voz. Será importante que su voz se escuche ahora, con la misma claridad y contundencia, con que lo hicieron en décadas que ya suenan a remotas.

Artículo anteriorEscritores casi olvidados 2
Artículo siguienteDemasiada gente en vulnerabilidad