Alfonso Mata
A veces cuando veo supermercados llenos, restaurantes abarrotados, mercados bulliciosos, bares ruidosos, me pregunto si la crisis social y económica solo cabe y madura en la mente de periodistas, religiosos e intelectuales a los que el gobierno tilda de inconformes. Considero entonces que aun sin ninguna justificación ni derecho, los gobiernos corruptos –a cuyas cabezas elegimos “democráticamente”– se suben y dejan estar, como parte de una cultura de tolerancia y sumisión y es obvio que no constituyen motivo de molestia en lo absoluto a los deprimidas y mal vivientes poblaciones, que vemos con indiferencia, los llamados de cambio que salen de asociaciones y organizaciones sociales, iglesias, universidades, en demanda de una gobernabilidad honesta y justa así como eficiente.
Somos nación rica en contradicciones contra las cuales, cualquier tipo de razón justa y equitativa se estrella. Las instituciones nacionales de todo tipo, parecen infiltradas y petrificadas, afectadas por un síncope de impotencia, ante maléficos usurpadores y destructores de democracia, que se recrean, gozan y se aprovechan a través de ellas, de una población de accionar decrépito, que no cesa de formar generaciones de resentidos y descontentos sin buen pasado que recordar, y un futuro prometedor que hacer, recibiendo a cambio una herencia, una cultura, que nos exige comportarnos como marionetas, incapaces de modificar un sistema y que maduramos con gran fragmentación de personalidad y pérdida de identidad, que nos permite soportar un vivir dentro del que no gustamos ni de nosotros mismos, luchando y esforzándose nomás por permanecer sufriendo de las injusticias, pero dejándolas estar, mientras nuestros opresores se encargan de saquearnos hasta los bolsillos, sostenidos y aprovechándose de un nido de badulaques hipócritas y aduladores, que ellos escogen basados en amistad y componendas, gracias a nuestra sumisión y silencio.
La consigna gubernamental es la misma: ruina de la ley, la justicia abogando en dicha creencia incluso un así lo quiere Dios. El remedio del malvado para evitar la acción: violencia y diversión que mantiene a las nuevas generaciones atareadas en correr y perseguir visiones virtuales volviéndolas sus realidades, mientras en su interior se genera la muerte de su reflexión. Charlas vanas, noticias confusas, mentira y banalidad contagiosas a través de internet. Calles y ciudades llenas de hombres y mujeres, unos pocos cargados de conocimientos y otros muchos llenos de sensualidad. Ambos con escasa comprensión de la realidad y sin añorar su cambio, esperando el final de la corrupción a través de otros, sin tener en ello que poner algo.
La pobreza humana de todo tipo en nuestra patria, es de magnitud incomprensible. Está en todas partes y solo se le presenta atención cuando ya puso en gran riesgo de sobrevivir a los sistemas financieros y políticos y aun así, se deja la mayor parte de su solución en cada quien a como pueda.
En esas circunstancias, todo lo exterior a uno, se vuelve un enemigo y todo lo que proviene de afuera, incluso la ayuda, no agrega nada o muy poco al cambio. De ahí, lo banal del grito, el único beneficiado es el sinvergüenza.