Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

post author

En estos tiempos de constantes y acelerados adelantos científicos y tecnológicos, cualquier excusa resulta funcional para cuestionar aquello que nos hace humanos. Aunque, a decir verdad, poco sabemos aún de ese misterio que históricamente y no sin cierta soberbia hemos asumido como un monopolio que nos es propio. En tal sentido, quizá valga la pena iniciar reflexionando acerca de la naturaleza humana, entendida como el conjunto de las características esenciales que nos distinguen y que asumimos como el punto de partida para considerarnos a nosotros mismos como seres humanos. Las características biológicas, psicológicas y cognitivas nos son inherentes como especie. Sin embargo, la humanidad, en tanto que condición particularísima, implica también la capacidad de razonar, misma que suele ir de la mano con la existencia de una conciencia sobre sí mismo, así como la capacidad de relacionarse con los demás en el marco de esa suerte de experimentación de emociones y sensaciones que somos capaces de expresar de alguna manera. Ahora bien, ¿la naturaleza humana está influenciada por factores externos? Seguramente si, sobre todo aquellos factores que suelen moldear nuestras creencias y valores, incidiendo en nuestro comportamiento como individuos integrantes de una sociedad determinada. A lo largo de la historia y en distintas partes del globo terráqueo, han surgido teorías y debates constantes cuyo punto central de análisis es justamente la naturaleza humana, a pesar de que no existe en la actualidad una definición univoca con respecto al concepto que origina la idea de ser humano. Palabras más, palabras menos, en términos generales, en estos tiempos de viajes espaciales, robots e Inteligencia Artificial, tan sólo somos capaces de reconocernos a nosotros mismos como una especie única con características distintivas con respecto a cualquier otro ser viviente. Si intentamos escudriñar en esa autoconciencia ya aludida, seguramente el asunto se complica más, sobre todo ahora que está en boga esa preocupación que puede ser legítima con respecto a un eventual cobro de conciencia (autoconciencia) de los organismos basados en Inteligencia Artificial, más allá de las creencias de tipo religioso o filosófico según sea el caso. ¿Qué nos hace realmente humanos? El cuestionamiento es de larga data, y seguramente se mantendrá sobre la mesa aun durante mucho tiempo.

Artículo anteriorLos desafíos de Arévalo para combatir la corrupción
Artículo siguienteLa crimilegalidad